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Mi viaje desde el bikini al niqâb El nuevo símbolo de la libertad de la mujer Por: Sara Bokker (Una ex-actriz/modelo y activista)
Soy una mujer norteamericana que nació en uno de los Estados campesinos del bello Oeste americano de una familia de clase media. Y como cualquier otra chica, soñaba con la vida excitante de una de las gigantes ciudades de Norteamérica. Un sueño que no empecé a realizar hasta culminar los diecinueve años. Cuán feliz he sido al tener éxito en la realización de mi sueño trasladándome a vivir a Florida, y de ahí a la “meca” de los famosos y magnates, en el distrito de “South Beach”, en Miami. Y como cualquier otra chica ambiciosa, presté una atención completa a mi apariencia porque estaba convencida de que fuera de mi belleza física yo no tenía ningún otro valor. Mantuve un sistema riguroso de prácticas atléticas y de ejercitación con el objeto de mantener una buena forma física a fin de potenciar mi atractivo, consiguiendo un certificado especializado que me permitía dar prácticas a otras chicas interesadas a su vez en adquirir mayor esbeltez y mejor forma física. Me trasladé a un apartamento lujoso que asoma sobre una atractiva vista del océano. Acudía frecuentemente a las playas para disfrutar de las miradas de admiración y de las palabras de elogio que tanto me encantaba escuchar. Por último conseguí vivir ese sueño que había identificado siempre con el de una vida lujosa. Pasaron años para comprobar por fin que cuanto más avance obtenía en el ámbito de la belleza y la atracción, cuanto más disminuían los sentimientos de autoestima y de felicidad. Descubrí con el paso de algunos años que me había convertido en prisionera de la moda y en rehén de mi propia apariencia. Cuando la fosa entre mi felicidad y mi vida fulgurosa comenzó a ensancharse, empecé a escaparme de la realidad mediante el consumo de bebidas alcohólicas y la asistencia a fiestas, en ocasiones; mediante la meditación y el intento de descubrir las otras religiones y creencias, en otras; así como ayudando a otros o defendiendo a los débiles, otras veces. Sin embargo no tardó en incrementarse esta fosa hasta convertirse en un río de una profundidad abismal. Después de mucha meditación, nació en mí el pleno convencimiento de que mis placeres no eran sino un refugio para el dolor en lugar de ser fuente de curación. Después de los acontecimientos del 11 de septiembre y las reacciones que lo precedieron, me llamó la atención ese ataque abierto contra todo lo islámico y el anuncio conocido de reanudar “una nueva cruzada”. Por primera vez en toda mi vida me había llamado la atención algo que se llama Islam. Hasta ese momento todo lo que conocía sobre el Islam se limitaba a la utilización por parte de las mujeres de un velo con el que se cubren parecido a una tienda de campaña; al machismo y la opresión de las mujeres por parte de los hombres; a la cantidad de “harenes” y a un mundo lleno de atraso y terrorismo. Como mujer entusiasmada por defender los derechos de la mujer y activista idealista que aboga por la justicia social, y después de mucho esfuerzo que duró varios meses, por pura coincidencia me encontré con un activista norteamericano líder en el encabezamiento de campañas en pro de la reforma y la realización de una justicia social para todas las clases y en su enfrentamiento a las cruzadas de odio racial y a las oleadas de islamofobia. Me incorporé al trabajo de algunas campañas protagonizadas por este activista que, en aquel entonces, englobaban el tema de las elecciones, los derechos civiles y otras cuestiones relacionadas con la justicia social. Actuando como activista, mi vida se transformó radicalmente, y en lugar de defender los derechos de una cierta clase o grupo de gente determinada, aprendí que los conceptos de justicia, libertad y respecto son conceptos que no se limitan a una cierta clase o grupo de gente concreta o a una criatura particular. Comprendí que el interés del individuo es una parte complementaria al del interés del grupo. Por vez primera había aprendido lo que significa: “Todos los seres humanos han nacido iguales”. Lo más importante es que estaba convencida de que la fe es la única manera de descubrir la unidad del universo y la igualdad de las criaturas. Un día me encontré un libro del que la mayoría de los norteamericanos poseen una idea negativa. Dicho libro es Al-Qor`ân. Al principio, y al emprender la lectura de este libro, me llamó la atención la claridad de su estilo, notablemente diáfano, luego me detuve ante su extraordinaria elocuencia explicando la realidad de la creación y la existencia y finalmente me sedujo la explicación detallada de la relación entre el Creador y la creación. Encontré en Al-Qor`ân un diálogo directo dirigido al corazón y al alma sin necesidad de ningún intermediario ni sacerdote. Esto me hizo despertar a la verdadera realidad. Los sentimientos de felicidad y de profunda satisfacción que sentía a través del trabajo y del papel que desempeñé con este activista no eran sino el resultado de mi aplicación práctica del mensaje del Islam, y por la experiencia de mi vida, pues en la práctica estaba obrando como musulmana, aun cuando ni siquiera se me había pasado por la mente hasta ese momento abrazar el Islam. Mi curiosidad me incitó a adquirir una ropa bella y larga y un velo para cubrirme el pelo semejante a la vestimenta de las mujeres musulmanes que vi en las revistas. Me encaminé por los mismos distritos por donde me había movido un día antes vistiendo bikini u otra elegante vestimenta corta y transparente. A pesar de que los viandantes, las caras, los escaparates y los pavimentos aparecían ante mí como de costumbre, algo había cambiado de una manera total, y ese algo era yo. Por primera vez en mi vida percibí lo que era ser respetada como mujer. Sentí que mis grilletes como esclava de la seducción se habían roto. Sentí una alegría inmensa al comprobar la mirada de confusión y extrañeza en los rostros de la gente en lugar de las miradas de cazadores en busca de presa. De repente me di cuenta que el peso de las montañas había abandonado mi espalda. Ya no estaba obligada a invertir largas horas en la compra, maquillándome, alisándome el pelo y haciendo ejercicios de esbeltez para mantener la buena apariencia. Por fin, y después de mucha angustia, había conquistado mi libertad. De entre todos los países del mundo, encontré mi Islam dentro del distrito que se describe generalmente como “el sitio más lleno de libertinaje e indecencia de toda la tierra”, lo que envolvió mi sentimiento hacia mi nueva creencia de una mayor gloria y sublimidad. A pesar de que me sentía contenta llevando la vestimenta islámica “Hiÿâb”*, sentí preferencia por “An·Niqâb”* al vérselo puesto a algunas mujeres musulmanes. (* “Al-Hiÿâb” consiste en ponerse una vestimenta que cubre todo el cuerpo excepto la cara y las manos. * “An·Niqâb” consiste en ponerse una vestimenta que cubre todo el cuerpo incluso la cara y las manos y dejando una abertura para los ojos.) Una vez pregunté a mi marido, que era musulmán y con quien me había casado unos meses después de anunciar mi conversión al Islam, si tenía que llevar An·Niqâb o si me bastaba con Al-Hiÿâb. Me contestó que los ulemas musulmanes coinciden con unanimidad sobre la obligatoriedad de ponerse Al-Hiÿâb, al tiempo que no existe dicha unanimidad respecto a la obligación de ponerse An·Niqâb. Al-Hiÿâb que yo me ponía por aquél entonces consistía en una larga vestimenta que cubría todo mi cuerpo desde el cuello hasta los pies y un velo que cubría toda mi cabeza excepto mi rostro. Después de transcurrir un año y medio puse al tanto a mi marido de mi deseo de ponerme An·Niqâb. El motivo por el cual decidí llevar An·Niqâb era por una voluntad de mayor acercamiento a Al∙lâh y para aumentar mi sentimiento de tranquilidad y sosiego poniéndome una vestimenta más púdica. He recibido de mi marido todo el apoyo, pues me acompañó a comprar un Isdâl, una ropa que cubre desde la cabeza hasta los pies y un Niqâb que cubre todo el pelo y la cabeza excepto la abertura de los ojos. No tardaron en sucederse las noticias sobre las declaraciones de políticos, hombres del vaticano, liberales y los denominados defensores por los derechos humanos y las libertades. Todos coincidieron en condenar Al-Hiÿâb en ocasiones y An·Niqâb en otras, pretendiendo que ambos obstaculizan la comunicación social hasta tal punto que uno de los responsables egipcios ha descrito Al-Hiÿâb como “un paso hacia atrás” En medio de este ataque despiadado contra las expresiones de castidad de la mujer musulmana, encuentro ciertamente que esta campaña no es sino una descarada expresión de hipocresía. Sobre todo en un tiempo en el que rivalizan los gobiernos occidentes y los supuestos defensores de los derechos humanos en defender los derechos de la mujer y su libertad en el seno de unos sistemas que promueven ciertas expresiones específicas para la castidad mientras que al mismo tiempo estos mismos “luchadores por la libertad” no prestan ninguna atención cuando se la priva a la mujer de sus derechos en el trabajo, en la enseñanza y de otros derechos, no por otra cosa sino por insistir en mantener su derecho a elegir ponerse Al-Hiÿâb o An·Niqâb. Resulta chocante que las mujeres que llevan Al-Hiÿâb o An·Niqâb se enfrenten cada vez más a la privación de su derecho a trabajar y a estudiar no solamente bajo sistemas como Túnez, Marrueco y Egipto sino también bajo otros muchos regímenes de las denominadas democracias occidentales como Francia, Holanda y Gran Bretaña. Hoy sigo trabajando como activista por los derechos de la mujer, pero una activista musulmana que llama a todas las mujeres de los musulmanes para cumplir con sus obligaciones de facilitar todo apoyo a sus maridos y asistirles en la práctica correcta de la religión, perfeccionar la educación de sus hijos como musulmanes practicantes con el objetivo de volver a ser de nuevo los rayos de luz y guía y los faros de bien para toda la humanidad. Para que defiendan la verdad cualquiera que sea y rechacen la falsedad, cualquiera que fuese. Para que digan la verdad de modo que se eleve su voz sobre cualquier pecado. Para que mantengan con firmeza su derecho a ponerse Al-Hiÿâb o An·Niqâb y acercarse a su Creador con cualquier acto de obediencia que quieran. Y es además igual de importante comunicar su experiencia personal de cómo han conseguido el sosiego poniéndose Al-Hiÿâb a aquéllas hermanas que se han privado del gozo de este acto de obediencia, o que no perciben qué significa Al-Hiÿâb o An·Niqâb para la mujer que elige ponérselo así como el motivo de nuestro gran amor y fuerte aferramiento por este acto de obediencia. La mayoría de las mujeres que llevan An·Niqâb son de occidente. Algunas hermanas no están casadas, y otras no reciben un apoyo total de su familia ni de su entorno. Sin embargo lo que nos une es que la decisión de llevar An·Niqâb ha sido por voluntad absoluta de cada una de nosotras, y que cada una de nosotras rechaza completamente la negación de nuestro derecho a llevarlo. Queramos o no, las mujeres del mundo actual viven en medio de poderosos medios de comunicación que hacen propaganda para una vestimenta que destapa más de lo que cubre. Esto ocurre con todos los medios de comunicación y en todos los lugares del mundo. Y como mujer, que no era musulmana anteriormente, insisto en el derecho de todas las mujeres de la tierra a conocer Al-Hiÿâb y a conocer sus virtudes, del mismo modo que no son consultadas cuando se promociona la permisividad. Todas las mujeres de la tierra tienen el derecho a conocer cuánta felicidad y sosiego otorga el acto de ponerse Al-Hiÿâb a la mujer, tal como ha sucedido conmigo. Ayer mismo, el bikini era el símbolo de mi liberación cuando en realidad no ha sido así, siendo por el contrario el símbolo del libertinaje, ya que me había “liberado” de mi pudor, mi castidad, mi espiritualidades y del valor de ser una sencilla persona digna de respeto. Y hoy mi Hiÿâb es el título de mi libertad. Ojala que pueda reparar en este universo lo que haya corrompido antes de forma involuntaria por mi parte. Nunca experimenté tanta alegría como la que sentí por abandonar el bikini y el falso brillo de una vida de “libertinaje” en South Beach para disfrutar de una vida llena de seguridad y respeto, cercana de mi Creador y afortunada por la merced de ser Su sierva como el resto de Su creación. Por el mismo motivo llevo hoy An·Niqâb y doy mi promesa a mi Creador que moriré por mi derecho a adorarle de la manera con que pueda conseguir Su complacencia. An·Niqâb es la encarnación misma de la libertad de la mujer para saber quién es, cuál es su objetivo, y qué nivel de relación quiere con Su Creador. Dirijo mis palabras a las mujeres que se rinden ante las campañas difamatorias contra Al-Hiÿâb y sus virtudes, y les digo: “No tenéis idea de lo que os falta”. Y a vosotros, los corrompedores, enemigos de la civilización, los llamados nuevos cruzados, no tengo otra cosa para deciros sino: “declarad, pues, la guerra”. Sara Bokker es una ex-actriz/modelo y activista. Actualmente, Sara es la directora de los medios de comunicación en “La marcha en pro de la justicia” y una co-fundadora de la red global de las hermanas.
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