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Capítulo 4

Mohammad (Mensajero de Al·lâh)

 

Si has observado alguna vez en cualquier escuela una clase de niños de seis años, sabrás que, cuando se emocionan, sus charlas, risas y gritos se combinan hasta producir un nivel de ruido inimaginable para el hombre. Los profesores con experiencia tienen una solución. Justo en el momento culminante del caos, el profesor -sin emitir sonido alguno- levanta su mano y el resultado es contundente. Como por arte de magia, el ruido cesa y los pequeños levantan sus propias manos, a su vez, hasta que todos miran silenciosamente al profesor, esperando a que hable.

Los musulmanes también tienen una magia similar. Basta con encontrarse en medio de una riña callejera o una discusión acalorada, para que alguna persona presente diga, “Sal·li 'ala an-nabî” (Rezad por el Profeta) SAAWS[1]… Los protagonistas de la pelea enseguida se echan atrás y contestan: " 'Alaihi As-salât wa as-Salâm", (que los Rezos y la Paz de Al·lâh sean sobre él). ¿Cómo podrían pelearse los musulmanes mientras se invoca el nombre de su Profeta? Siempre que el nombre de Mohammad sea mencionado o escrito, aquellos que lo oigan dirán las mismas palabras: “Que los Rezos y la Paz de Al∙lâh sean sobre él.” De hecho, en la mayoría de los países árabes hay una tecla especial en la máquina de escribir o en el teclado del ordenador que, al presionarla, escribe: "Que los Rezos y la Paz de Al·lâh sean sobre él.”

Retomemos la historia que dejamos aparcada en el momento en el que el cielo y la tierra esperaban sin aliento lo que iba a ocurrir. Mohammad, que en aquel momento tenía cuarenta años, estaba solo en la cueva de Hirá, reflexionando y rezando, cuando oyó una voz angelical. La voz era la del ángel Yibrîl (Gabriel) que le decía: “¡Lee!”. Mohammad contestó: “No sé leer.” Entonces el ángel cogió a Mohammad y lo apretó hasta que casi no lo pudo soportar. El ángel volvió a decirle: “¡Lee!”, a lo que Mohammad contestó de nuevo que no sabía leer. El ángel le dijo por tercera vez: "¡Lee!". Entonces, Mohammad turbado dijo: "¿Qué leo?". El ángel recitó entonces la siguiente aleya:

[ ¡Lee en el nombre de tu Señor que ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Lee, que tu Señor es el más Generoso! El que enseñó por medio del cálamo, enseñó al hombre lo que no sabía.] TSQ [2] (Noble Corán 96: 1-5)

Mohammad repitió en voz alta lo que el ángel le había dicho. Más adelante comentaría: “Era como si las palabras hubieran sido grabadas en mi corazón.” Las primeras palabras del Noble Corán habían sido reveladas.Mohammad, muy ansioso por saber lo que esto podría significar, corrió hasta su casa y se precipitó a donde estaba su esposa, Jadîÿa, pidiéndole que le arropara -ya que estaba temblando- y que le consolara. En respuesta al extraordinario relato que le explicó su marido, Jadîÿa inmediatamente le tranquilizó. Le dijo que Al·lâh[3] nunca le deshonraría, ya que él era un hombre de gran bondad y honestidad.

Durante el resto de su vida de casados, Jadîÿa fue para su marido un pilar que le ayudaba a resistir, en el sentido de que le apoyó siempre. De hecho, la primera persona en creer en el mensaje que fue recibido por Mohammad fue Jadîÿa, seguida de 'Alî (joven primo de Mohammad), su íntimo amigo Abû Bakr, y un sirviente, Zayd.

Una vez que las revelaciones fueron sucediéndose, Al·lâh ordenó a Mohammad que hiciera público el mensaje del Islam y recitara los versos del Noble Corán recibidos. Un día, Mohammad subió a la cumbre de una colina llamada As-Safâ en La Meca, y comenzó a llamar a las diferentes tribus para que vinieran a escucharle. La gente de La Meca no sabía lo que tal revuelo podría significar, pero dado que era Mohammad quien los llamaba, esa persona en la que tanto confiaban, acudieron todos para oír lo que tenía que decir.

Entonces, dijo en voz alta: "¿Si os dijera que hay un ejército al otro lado de esta colina dispuesto a atacaros… me creeríais?". La gente contestó que por supuesto le creerían, ya que nunca antes había mentido. “Sabed entonces que soy un advertidor,” dijo él, “y Al·lâh me ha enviado para que os advierta”.

Entonces les advirtió de que, a menos de que renegaran de la adoración de los ídolos y se decantaran en cambio por la adoración del Dios único predicado por Ibrâhîm, perecerían con toda seguridad. Algunos se quedaron para escuchar lo que Mohammad estaba diciendo, pero la mayoría le dieron la espalda y se fueron. Su mensaje era demasiado fuerte para ellos. Se negaron a escucharlo.

¡Qué verdadero y qué similar es esto en nuestra propia era moderna! Todo el mundo, hombres y mujeres, saben en el fondo de sus corazones lo que es correcto y aún así deciden volver sus espaldas y alejarse. Cuando una tragedia terrible aflige a la humanidad, como un terremoto violento o una explosión masiva que causa muerte y destrucción, la gente se apresura a rezar para pedir ayuda, pidiendo que el Omnipotente los salve. Cuando el peligro se aleja, sin embargo, la mayor parte de nosotros nos olvidamos de nuestra dependencia desesperada de Dios y nos volvemos a sumergir en nuestras antiguas costumbres, pensando que es mejor llevar nuestras vidas de la manera que elegimos.

Los mecanos, es decir los habitantes de La Meca, quedaron profundamente divididos a causa del mensaje de Mohammad, pero la gran mayoría le insultó y le ridiculizó, e incluso algunos dijeron que se había vuelto loco. Durante este tiempo, Mohammad y sus seguidores sufrieron vejación por parte de los mecanos. Los jefes de Quraysh se enfadaron aún más a causa de la división que Mohammad había provocado, y pidieron a su tío Abû Tâlib que hiciera que su sobrino detuviera la predicación de su mensaje. Mohammad quedó afectado por lo que le dijo su tío, pero contestó que bajo ninguna circunstancia dejaría de llamar a la gente al Islam y a la adoración de Al·lâh.

La persecución empeoró. Empezaron a ridiculizar a los musulmanes. Les arrojaban piedras y barro en plena calle. Cientos de ellos, con el permiso de Mohammad, abandonaron La Meca para buscar refugio en la tierra cristiana de Abisinia (actual Etiopía). Mohammad y sus seguidores fueron desalojados de sus casas y obligados a vivir en una parte separada de la ciudad, aislados de todo el mundo. Esto ocurrió en el séptimo año de la Revelación, y duró tres años. No permitían que les llegase ningún alimento ni provisiones, por lo que pasaron muchísimo tiempo sin sustento, pero con la certidumbre de que su religión era verdadera.

Algunos presentes no soportaron ver la prolongación de tal sufrimiento y, en secreto, comenzaron a proporcionar alimento a los creyentes. Finalmente, el bloqueo sufrió un colapso.

Muy a menudo en la vida, cuando estamos sumergidos en lo que parece una situación sin esperanza, de repente somos capaces de salir adelante una vez más, encontrando ayuda donde menos la esperábamos. Esto fue lo que le ocurrió a Mohammad.

En el décimo año de la Revelación, Mohammad sufrió enormemente. Primero, Abû Talib murió, el tío a quien tanto había amado y quien le había protegido siempre. Seguidamente, su querida esposa, amiga y compañera, Jadîÿa, también murió, dejándole solo después de tantos años de matrimonio. Ese año, además, Mohammad sufrió el rechazo de los habitantes de At-Tâ´if, a quienes había acudido para predicarles el mensaje de adorar a un sólo Dios. Le arrojaron piedras y peñascos, haciendo que su cuerpo sangrara.

En medio de todo esto, cuando todo parecía haberse oscurecido, Mohammad recibió un favor extraordinario. Los musulmanes llaman a este acontecimiento El Viaje Nocturno. El ángel Yibrîl despertó a Mohammad de su sueño, y le hizo montar en un corcel blanco deslumbrante en el cual Mohammad fue transportado de La Meca a Jerusalén, concretamente a Al-Aqsâ, la mezquita más lejana.

Una vez allí, Mohammad fue recibido por una comitiva de profetas anteriores a él, y después rezaron todos, siendo Mohammad el imam de la oración.

Yibrîl condujo a Mohammad, desde lo que hoy en día es la Cúpula de la Roca en Jerusalén, a través de los siete cielos, encontrándose con varios profetas por el camino: Adán (Âdam), Jesús ('Isâ), Juan Bautista (Yahyâ), Idris (Idrîs), Moisés (Mûsâ), Aarón (Hârûn) y, finalmente, el mismísimo profeta Abraham (Ibrâhîm). Yibrîl se mostró en persona a Mohammad, quien quedó deslumbrado ante tal experiencia, y Mohammad fue llevado casi hasta el trono del Mismísimo Al·lâh.

Fue durante aquella noche extraordinaria cuando Al·lâh dio a conocer a Mohammad el segundo pilar del Islam: los cinco rezos diarios, que se harían tan fundamentales en la vida diaria de cada musulmán.

Al término de la experiencia, Mohammad fue transportado de vuelta a La Meca. A su vuelta, los incrédulos se rieron aún más al escuchar el relato de tal acontecimiento, hasta el punto de llamarle mentiroso. Precisamente entonces, Mohammad y sus compañeros se dispusieron a abandonar La Meca.

Algunos ciudadanos de la ciudad de Yazrib se habían acercado a Mohammad y lo habían invitado a su ciudad. Este lugar pasó a llamarse posteriormente Medînat An- Nabî (Medina), la Ciudad del Profeta. Los musulmanes prepararon sus pertenencias, dejaron La Meca y su querida Ka'aba tras ellos, y emigraron a Medina. Esta era la situación de Mohammad después de trece años de invitar a la gente al Islam. Se le dio el nombre de la Hiÿra, o Emigración, y debido a la importancia de dicho acontecimiento en la vida del Islam, el calendario musulmán vigente se cuenta a partir de ese momento. Así como los cristianos y la mayor parte del mundo oriental utilizan un calendario que comienza con el nacimiento de Jesús, los musulmanes tienen un calendario que comienza a partir de la fecha de la Emigración de La Meca a Medina. Esta nueva era constituiría la segunda fase de la misión de Mohammad.

Durante su estancia en Medina, los musulmanes fueron testigos del nacimiento del primer estado islámico, con Mohammad como mandatario. El Islam floreció. El centro del estado lo constituía la mezquita. A cada ciudadano del estado se le garantizó libertad, justicia y seguridad. La caridad a todos era el sello de esta nueva sociedad. Mohammad dijo a sus seguidores que incluso ofrecer una sonrisa a su hermano es una forma de caridad. Lideró a través del ejemplo. Como líder del estado, no vivió en el lujo con criados que le sirvieran, sino como un hombre simple, cosiendo su propia capa, reparando sus propias sandalias y sirviendo a todo aquel que le necesitara. Los visitantes de la ciudad no podían distinguirlo entre la gente de la mezquita, y tenían que preguntar quién era Mohammad.

Fue precisamente durante esta época gloriosa en Medina cuando el tercer y el cuarto pilar del Islam fueron concedidos a los creyentes: el azaque (Az-zakât) y el ayuno. También en aquel tiempo, Mohammad volvió a casarse.

Además, los musulmanes recibieron otro favor. Hasta aquella fecha, los musulmanes –al igual que los judíos- rezaban en dirección a Jerusalén. A partir de entonces, Al·lâh estableció que rezaran en dirección a La Meca. Por ese motivo, hoy en día todos los rezos musulmanes se dirigen a la Ka'aba. Según los musulmanes, ese fue el primer lugar de la tierra donde se ofreció adoración a un único Dios.

La Hiÿra, por tanto, había sido un acontecimiento decisivo para la vida de los creyentes y para el establecimiento del Islam. Los musulmanes vivían en paz y felicidad en su estado, gobernado por una persona que era tan humilde como sabia. Sin embargo, no les dejaban a su aire. La gente de La Meca les miraba con envidia a causa de la manera como habían prosperado, y se propusieron destruir ese estado musulmán.

Fue en esa época cuando Al·lâh dio permiso a los musulmanes para que se defendieran de los mecanos. En el segundo año de la Hiÿra, durante el mes de Ramadán, un ejército procedente de La Meca vino para destruirlos. Los musulmanes se vieron inmensamente superados en número; pero, poniendo su confianza en Dios, lograron ganar la batalla. La Batalla de Badr fue otro punto decisivo para el Islam.

Al año siguiente, en la Batalla de Uhud, los mecanos regresaron y los musulmanes apenas pudieron salvar sus vidas, habiendo puesto su confianza en sus armas y estrategias de guerra, antes que en Al·lâh exclusivamente. En el quinto año de la Hégira (Hiÿra), un ejército mecano asedió Medina y puso sitio a la ciudad durante un mes, pero sin éxito. Acabaron por retirarse al saber que no podrían lograr su propósito, y al año siguiente firmaron una tregua con los musulmanes: el Tratado de Hudaibiya. En medio de todos estos enfrentamientos, un gran número de mecanos y de tribus circundantes abrazaron el Islam, habiendo quedado enormemente impresionados tanto por la fe de los musulmanes como por la buena moral de su líder.

Fue en esa época cuando Mohammad escribió cartas a los gobernadores de los territorios circundantes, incluso a los jefes de estado de las dos grandes potencias mundiales del momento -Persia y el Imperio Bizantino-, invitándolos al Islam. Él les advirtió de que sus vidas y las vidas de su gente se perderían para siempre si no prestaban atención a esa llamada. Heraclio, gobernador del Imperio Bizantino, reconoció la sabiduría del mensaje de Mohammad, pero dijo que las circunstancias estaban en contra de tal cambio de opinión. Del mismo modo, en nuestra época actual, existen circunstancias que a menudo nos impiden tomar decisiones que sabemos que son correctas. A veces estamos demasiado ocupados para escuchar. Otras veces, decidimos hacer oídos sordos.

Dos años después de firmar el tratado de paz con los mecanos, Mohammad tomó una decisión importante. Los términos del tratado habían sido quebrantados por los Qurayshíes en repetidas ocasiones, y fue entonces cuando Mohammad decidió atacar a La Meca. Marchó hacia la ciudad con un ejército de diez mil soldados y la conquistó prácticamente sin derramar sangre.

Con gran humildad, Mohammad entró en La Meca a lomos de un camello, con la cabeza baja. Concedió el perdón y la amnistía a todos sus enemigos. La fase tercera y final de su misión había comenzado. La gente de La Meca aceptó voluntariamente el Islam. Los trescientos sesenta ídolos que habían colocado dentro de la Ka'aba fueron rotos en pedazos y la Ka'aba fue purificada y dedicada una vez más a Al·lâh.

Veintiún años habían pasado desde que descendió la primera Revelación. La vida de Mohammad se dirigía ahora a su final. Habiendo visto el triunfo del Islam sobre los idólatras, regresó a Medina, el centro del mundo Islámico, y vivió su vida de la manera más tranquila que le fue posible, preocupándose por los necesitados, compartiendo lo poco que poseía, y empleando el resto de sus días alabando y glorificando a Al·lâh. Desde Medina, Mohammad envió delegaciones para invitar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a abrazar el Islam.

En el año décimo después de la Hégira (d.H). Mohammad realizó el Haÿÿ (peregrinación a La Meca una vez en la vida impuesta a todos los musulmanes que tienen la capacidad de hacerlo). Éste es el quinto pilar del Islam. El último día de su peregrinación, Mohammad dio su último sermón a los que estaban presentes, muchos de los cuales lloraron al escucharlo. “Recordad que, en efecto, os encontraréis con vuestro Señor”, les dijo, por lo que debían vivir en paz y siendo caritativos unos con otros, sin tener avaricia, ni practicar la usura. “Os dejo dos cosas,” dijo, “el Corán y mi sunna" (tradición o ejemplo del profeta). Si los seguís, no os perderéis. Oh gente, escuchad mis palabras. Sabed que cada musulmán es hermano del otro musulmán, y que todos los musulmanes constituyen una hermandad”. Y gritó en voz alta: “Sé testigo, Oh Al·lâh, de que he comunicado Tu mensaje a mi gente”. Y allí ante ellos recitó la última aleya que descendió en la revelación del Corán:

[Hoy os he completado vuestra Práctica de Adoración, he culminado Mi bendición sobre vosotros y os he aceptado complacido el Islam como Práctica de Adoración.] (Noble Corán 5: 3)

Una vez finalizada la peregrinación, Mohammad regresó a su casa, a Medina. Murió a la edad de sesenta y tres años y lo sepultaron en la tierra, bajo su esterilla de dormir… El último Mensajero de Dios para la Humanidad.

En la actual ciudad de Medina, una mezquita enorme sustituye a la simple mezquita construida de ladrillos de barro y palmeras que existió en tiempos de Mohammad. Una cúpula verde está erigida sobre el punto en el que se encontraba la casa de Mohammad. Millones de musulmanes acuden incesantemente a mostrar su respeto y rezar a su Profeta, llorando en su presencia.

Hemos dicho que, según los musulmanes, el Islam no tiene ningún fundador. Aunque el inculto venera las tumbas de los hombres santos, buscando su bendición, el Islam no tiene ningún santo como tal. Mohammad era simplemente un hombre. En el entierro del Profeta, Abû Bakr se dirigió a las caras inquietas y desoladas diciéndoles: "¡Oh hombres!, aquel de vosotros que adoraba a Mohammad, que sepa que Mohammad ha muerto. Y quien adoraba a Al·lâh, que sepa que Al·lâh está vivo y no muere".

Comenzamos diciendo que el Maûlid An-Nabî, el cumpleaños del Profeta, se celebra con gran alegría en el barrio de Al-Hussein en El Cairo, ofreciendo mucha diversión y felicidad a muchos musulmanes. Sin embargo, quizás la mejor manera de celebrar este nacimiento para los musulmanes y para toda la gente de buena voluntad fuese estudiar su vida e imitar su ejemplo, aprendiendo de lo que dijo e hizo, aprendiendo que él fue una misericordia para toda la Humanidad. Que los Rezos y la Paz de Al·lâh sean sobre él.


[1] (SAAWS): Sal·la Al·lâhu ‘Alayhi Wa Sal·lam: Los Rezos y la Paz de Al∙lâh sean sobre él, que es explicada por los ulemas como sigue::

Sal·la Al·lâhu Alayhi: significa que le cubra con Su Gloria y Su Misericordia…El motivo de traducirlo literalmente es porque estas palabras son repetidas por los musulmanes de todo el mundo, siguiendo el precepto divino de decir esta expresión siempre que se mencione al Profeta, en la llamada a la oración (Al Âdân) o en cualquier circunstancia, como veneración concedida por Al·lâh a Su último Mensajero, Mohammad, que ha sido enviado a toda la humanidad.

Wa sal·lam: significa: y derrame Su Paz sobre él.

[2] TSQ : Traducción de los Significados de Al Qor'ân. Es imposible transmitir exactamente los verdaderos significados que contienen las palabras de Al Qor'ân o imitar su elocuente retórica. Se han traducido los significados de Al Qor'ân y no se puede decir que sea una traducción de Al Qor'ân. Esta traducción nunca podrá reemplazar la lectura de Al Qor'ân en lengua árabe -la lengua en que fue revelado.

 [3] Al∙lâh: significa Dios. Es el Nombre Más Grande que ostenta el Único Creador que posee todos los atributos propios de la divinidad, tal como fue revelado en el Qor´ân.

 

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