Poetas Andalusíes
ABDERRAHMAN AL-SOHAILI
(Ibn Husain)
AL -
MALIK ('Abd al-Mâlik Marwaân)
IBN ZAMRAK
IBN ZAYDÛN
ABEN AL-LABBANA (Ibn Al-Labbâna)
IBN AL-SAMIR
ABDERRAHMAN AL-SOHAILI (Ibn Husain)
‘Abd al-Rahmân ibn
‘Abd-Allâl ibn Ahmâd ibn Asbag ibn Husain
Gramático, exegeta, jurisconsulto, poeta e historiador.
Nació en 1114 en Sohail, aldea de Málaga (hoy Fuengirola).
Murió en Marrakesh en 1185.
Estudió filología
en Granada; pasó luego a
Sevilla, y enseñó públicamente
en Málaga. Fue muy versado en
lexicografía, gramática, en
Corán y en la ciencia del hadit.
Como poeta, merece citarse una
composición ascética: Para
implorar de Allah una gracia
cualquiera, fragmento que
reproduce Ibn Jallikân,
afirmando nuestro autor que
quien lo recitara vería
cumplidos su deseos. He aquí
cómo la traduce Varela:
¡Oh tú que el más oculto
sentimiento
Sabes del corazón!
¡Oh tú que en los trabajos das
aliento
Y alivio en la aflicción,
A quien se vuelve lleno de
esperanza
El corazón contrito;
Por quien el pecador tan sólo
alcanza
Expiar su delito!
Tú que viertes de gracias un
tesoro,
<<Así sea>>, al decir:
Escúchame, Allah mío, yo te
imploro;
Mi voz dígnate oír.
Que mi propia humildad por mí
interceda
¡Oh mi dulce sostén!
Eres mi único bien.
En mi abandono, en tu bondad
confío;
A tu puerta he llamado:
Si no me abres, el dolor impío
Me hará caer postrado.
Tú, cuyo nombre invoco
reverente,
Si no das lo que anhela
Tu pobre siervo en oración
ferviente,
Señor, su afan consuela.
Haz que no desespere en tanta
cuita
El débil pecador,
Pues tu misericordia es
infinita
E inexhausto tu amor.
Hombre austero, vivió según
parece como correspondía a un faquir por sus practicas del Din del Islam y sus
austeridades, hasta que fue llevado por el príncipe de Marruecos a su corte.
Sus obras más importante son
huerto nuevo que es un comentario a Vida de Muhammad de Ibn Haksâm (Hixem), en
donde hay que distinguir dos partes, una histórica, donde hace mención a las
personas que intervienen en la obra islámica; y otra gramatical, donde intenta
esclarecer los términos de difícil comprensión. El título de Huerto nuevo hace
referencia al huerto que no ha sido profanado por la visita de ningún mortal (Slane).
Escribió un curioso tratado
donde pretendía demostrar que el Anticristo es Tuerto.
AL -
MALIK ('Abd al-Mâlik Marwaân)
Abû ‘Abd al-Mâlik
Marwân.
Poeta.
Nació en Córdoba
en el 963. Murió en 1009.
Fue príncipe omeya,
biznieto de ‘Abd al-Rahmân III.
Nos cuentan sus
biógrafos que los primeros cuarenta y ocho años de su vida estuvieron divididos
en tres períodos bien diferentes, de dieciséis años cada uno. Según uno de los
más importantes de estos biógrafos, Al-Dabbî, nuestro príncipe poeta era, a los
dieciséis años, un hermoso y feliz joven que estaba enamorado de una esclava que
le había mantenido relaciones con aquél, enloquecido por los celos, ‘Abd al-Mâlik
Marwâr mataría a su progenitor, siendo encarcelado por orden de Al-Mansûr.
Fue en la cárcel
donde compuso la mayoría de sus poesías y donde conoció al también poeta Maruel
al-Gassanî, encarcelado por heterodoxo, y a quien le unió una gran amistad que,
con el paso del tiempo, llegaría a convertirse en el más cruel de los odios.
Acerca de su excarcelación se cuentan dos leyendas: según una de ellas, Mahammad
(s.a.s) se le apareció en sueños a Al-Mansûr, y le ordenó la libertad del
príncipe. La otra se refiere a un avestruz del Gran Visir del califa Al-Haksan
II, a quien se le echaba de comer todas las peticiones de clemencia que no
quería leer; negándose repetidas veces el ave a engullir la carta de petición de
indulto de nuestro poeta, al-Mansûr tuvo ocasión de meditar el fenómeno,
resolviendo devolverle la libertad, y de aquí que le viniera el apodo de
Talîk al-Naara, es decir, <<el amnistiado por el avestruz>>. Todo ello
ocurrió cuando contaba Al-Mâlik con treinta y un años de edad.
Recobrando rango y
honores, terminaría su vida de forma placentera.
Sus poesías fueron
recopiladas en un Dîwân, siendo su producción abundante y de calidad, por
lo que gozó de merecida fama; el mismo Ibn Hazm le elogia en su obra cumbre,
El collar de la paloma, considerándole como el mayor poeta de Al-Andalus
en tiempos de los Banû Marwân. En sus poesías, de las que solamente nos han
llegado quince, predominan las dedicadas a temas eróticos y, aunque menos, a los
báquicos y florales. La mejor y la más famosa de todas en su Qasîdah en kâh,
de la que conservamos la parte erótica, báquica, descriptiva y de vanagloria, y
que está traducida al castellano por E. García Gómez, en su obra Cinco poetas musulmanes.
IBN ZAMRAK
Abû ‘Abd Allâh
Muhammad ibn Yûsuf ibn Muhammad ibn Ahmâd Mwh. Ibn al-Suraydî.
Ultimo poeta
andalusí.
Nació en el
Albaicín en 1333. Murió asesinado antes de 1393.
Es el último
representante de la poesía arábigo-andaluza. Quizás su importancia no provenga
tanto de la calidad de su producción poética como del hecho de que sus versos
estén decorando los muros de unos de los edificios más hermosos de la
arquitectura andalusí: la Alhambra de Granada. Podríamos afirmar que Ibn Zamrak
es, acaso en todo el mundo, el poeta cuya obra ha sido editada con mayor lujo.
Procedía Ibn Zamrak
de una familia pobre originaria del Levante de la Península, de donde huyendo de
la conquista cristiana se trasladaría a Granada, instAllahndose en Albaicín.
A pesar de su origen
humilde, recibió una esmerada educación en la recién construida madraza de la
ciudad, en donde realizó sus primeras lecturas del Corán. Tuvo como profesores a
maestros tan afanados como Ibn Marzûk e Ibn al-Jatîb, quienes le introdujeron en
la administración granadina, llegando a desempeñar las funciones de secretario
del príncipe marînî Abû Sâlim Ibrahîm.
Su carrera política
corrió paralela al reinado de Muhammad V, con quien compartió los años del
destierro en Fez, hasta su posterior retorno a Granada. En el año 1372 ocupó el
cargo de primer ministro, que había abandonado su maestro Ibn al-Jatîb al
pasarse al bando del sultán marînî ‘Abd al-‘Azîz, colmándose sus ambiciones
personales, hasta que la muerte de Muhammad V produjo el eclipsamiento de su
buena estrella. Fue encarcelado por el nuevo monarca Yûsuf II y posteriormente
restituido (sin que sepamos bien las causas de tal proceder) en el. Cargo hasta
que murió asesinado en su casa junto con sus hijos, a consecuencia de una
revuelta palaciega. Esto debió de ocurrir antes del establecimiento del visirato
en 1393.
Pocos testimonios
escritos tenemos de la obra de Ibn Zamrak. De su prosa sólo ha llegado hasta
nosotros un breve fragmento, en el que se exhorta a las tropas andaluzas frente
a las tropas cristianas que intentaban la conquista del reino granadino.
De su poesía hay que
señalar que no descolló ni por su originalidad ni por su perfección técnica,
sino por el tratamiento tan particular del tema erótico, en el que siguiendo la
tradición árabe del amor ‘udrí o amor de Bagdad, que ponía el norte
amoroso en una morbosa perpetuación del deseo, escribiría poemas como los
traducidos por García Gómez:
Aumento mi pasión
y aguijoneó mi anhelo una candela embozada en mantos de sombra.
Entre la
oscuridad me hacía señas, como un dedo blanco teñido de rojo en la punta, y
perteneciente a una mano escondida.
Si no soplaba la
brisa, brillaba su llama como un hierro de lanza; si la brisa lo torcía, se
achataba como una pulsera de luz.
Otro de los temas
que Ibn Zamrak desarrolló podríamos encuadrarlos en la poesía descriptiva:
muestra de los jardines y palacios de la corte granadina. No olvidemos que fue
el único gran poeta andalusí que conoció la Alhambra concluida y que disfrutó de
la contemplación de los palacios y alcazabas de este último reino andaluz.
No podemos concluir
este breve esbozo biográfico de Ibn Zamrak sin mencionar un aspecto tan
importante para su obra, como es el hecho de que gran parte de su obra, como es
el hecho de que gran parte de ésta fuese utilizada para la ornamentación de la
alcazaba nazarí; prueba de ello sería esta composición poética de 24 versos,
traducida también por García Gómez, y que decora la Sala de Dos Hermanas del
palacio de la Alhambra:
Jardín yo soy que
la belleza adorna:
Sabrás mi ser si
mi hermosura miras.
Por Muhammad, mi
rey, a par me pongo
de lo más noble
que será o ha sido.
Obra sublime, la
Fortuna quiere
que a todo
monumento sobrepase.
¡Cuánto recreo
aquí para los ojos!
Sus anhelos el
noble aquí renueva.
Las Pléyades le
sirven de amuletos;
la brisa le
defiende con su magia.
Sin par luce una
cúpula brillante,
de hermosuras
patentes y escondidas.
Rendido le da
Géminis la mano;
viene con ella a
conversar la luna.
Incrustarse los
astros allí quieren,
sin más giraren
en la celeste rueda,
y en ambos patios
aguardar sumisos,
y servirle a
porfía como esclavas:
No es maravilla
que los astros yerren
y el señalado
límite traspasen,
para servir a mi
señor dispuestos,
que quien sirve
al glorioso gloria alcanza.
El pórtico es tan
bello, que el palacio
Con la celeste
bóveda compite.
Con tan bello
tisú lo aderezaste,
que olvido pones
del telar el Yemen.
¡Cuántos arcos se
elevan en su cima,
sobre columnas
por la luz ornadas,
como esferas
celestes que voltean
sobre el pilar
luciente de la aurora!
Las columnas en
todo son tan bellas,
que en lenguas
correderas anda su fama:
lanza el mármol
su clara luz que invade
la negra esquina
que tiznó la sombra;
irisan sus
reflejos, y dirías
son, a pasar de
su tamaño, perlas.
Jamás vimos
alcanzar más excelso,
de contornos más
claros y espaciosos.
Jamás vimos
jardín más floreciente,
de cosecha más
dulce y más aroma.
Por permisión del
juez de la hermosura
Paga, doble, el
impuesto en dos monedas,
pues si, al alba,
del céfiro en la manos
deja dracmas de
luz, que bastarían,
tira luego en lo
espeso, entre los troncos,
doblas de oro de
sol, que lo engalanan.
Le enlaza el
parentesco a la victoria:
Sólo al del Rey
este linaje cede.
IBN ZAYDÛN
Ahmâd ibn ‘Abd
Allâh ibn Zaydûn. Poeta
cordobés.
Vino al mundo
en el año 1003. Muere en el año 1071 en Sevilla.
Es el responsable
del más genuino estilo clásico en Al-Andalus, y se le compara a menudo con el
gran poeta oriental Al-Mutanabbi (915-965).
Nació nuestro poeta
en el año 394 de la Hégira (1003), año clave en la historia de Al-Andalus, pues
es la fecha en la que muere Al-Mansûr, desencadenando la desmembración del
califato andalusí y la posterior creación de los reinos de taifas. Provenía de
la familia ilustre de los Majzmíes, siendo su progenitor faquí o, lo que es lo
mismo, mantenedor de la ortodoxia islámica. Recibió Ibn Zaydûn una educación
enciclopédica, mostrando un gran talento poético desde su más tierna juventd.
Según Ibn Bassâm, Ibn Zaydûn llegó al colmo de la perfección, así en su obra
en prosa como en sus obras poéticas: fue el <<non plus ultra>>, el sello de los
poetas majzmíes. Poseía todas las mejores dotes de la fortuna para la alabanza y
para el vituperio, y unía a la elegancia de su lenguaje, ora en prosa, ora en
versos, un fondo de doctrina tal que excedía por su profundidad al mar y por su
esplendor a la luna (traducido por Pns Boígues).
Sobre su cuna y su
ascendencia nos habla Ibn Zaydûn en este poema:
Nubes fecundas
rieguen los alrededores del Alcázar;
canten las
palomas posadas en las ramas;
en Córdoba
sublime, cuna de hombres nobles,
tierra en la que
abrí mi capullo de juventud,
en el seno de una
familia de alto linaje.
En su juventud ocupó
cargos de importancia en la nueva administración cordobesa que había sucedido al
califato. Fue partidario de la Yama’a -Parlamento elegido por democracia
directa y delegada-, encabezada por Abû-l-Hazm ibn Yahwar (Aben Chahwar).
Su primera aparición
en el mundo de las letras aconteció a la muerte del câdî Ibn Dakwân (Aben
Dacuán), ante cuya tumba pronunció una sentida elegía. Contaba Ibn Zaydûn a la
sazón veinte años. Y fue por estas fechas cuando nuestro poeta entra en relación
con Wallâda, que provocará un fuerte viraje en su vida y llenará su obra y su
recuerdo. Era esta joven de origen real, hija del califa omeya Al-Mwstakfî,
quien entró a reinar en Córdoba en el año 1024, ocupando el sello real
únicamente durante dieciséis meses. Aunque hija de un hombre rudo e inculto, al
morir éste abandonó el harén y convirtió su casa en lugar de reunión de eruditos
y literatos. Los poetas y escritores más famosos –dice Ibn Bassâm-
morían por el deseo de frecuentar su sociedad, siendo Wallâda la primera de las
mujeres de su tiempo. No es de extrañar, pues, que nuestro autor se
enamorara perdidamente de esta doncella, quien le llegó a pedir, mediante un
poema, que le visitara:
Disponte a verme
cuando las sombras caigan
pues bien guarda
la noche los secretos:
si el amor que te
tengo el sol sintiera
dejaria de
brillar, la luna no saldría
y las estrellas
detendrán su paso.
Pero acabaron las
relaciones amorosas entre ambos amantes, al parecer en escena el visir Ibn
‘Abdûs, quien, si no podía ostentar talento ni saber, logró deslumbrar a la
joven con sus riquezas. Despechado el poeta, trató de ridiculizar a su rival
redactando una supuesta sátira en prosa rimada (Al-risâlah al-hazlyyah),
haciendo ver que quien la escribía era la propia Wallâda; es una carta llena de
ingenio y erudición, que se hizo famosa en Córdoba, llegando a ser considerada
como una obra maestra de la literatura andalusí. Comenzaba así:
¡Oh hombre,
atacado por su propia decisión, perdido por su propia ignorancia, cuya falta es
evidente, cuyo yerno es enorme! Hombre que da traspié entre los paños del
vestido de su propio error; ciego privado del sol que alumbra; que cae como la
mosca sobre la miel, que se precipita como los mosquitos en la llama brillante:
has de saber que la admiración de sí mismo es lo más mentiroso que existe, y
que, para el ser humano, lo más razonable es el conocimiento del sí propio…
Continuaba la
rízala, señalando, cómo un tipo cómico y ridículo como él, no es digno de
cortejar a una mujer corriente y, mucho menos, a la hermosísima Wallâda. Se nos
muestra Ibn Zaydûn como un perfecto conocedor de la historia, la religión, etc.,
llegándole a decir a Ibn ‘Abdûs que Ptolomeo, Hipócrates, Galeno y otros sabios
de la Antigüedad nunca hubiesen logrado sus descubrimientos y alcanzado la fama
sin la inspiración y la tutela de él –hombre tosco e ignorante-; concluye la
sátira ridiculizando los pretendidos poderes de este singular personaje sobre el
curso de los acontecimientos políticos.
Pero la rízala
no dio los frutos deseados y el burlado enamorado sólo logró granjearse el odio
de Wallâda y las iras del visir, hombre rico y poderoso, que hizo que el poeta
fuese acusado de malversación del gasto público; acusación que le condujo a
prisión, desde donde pidió clemencia mediante una larga epístola (Al-risâlah
al-chiddiyyah), en la que clamaba por su inocencia.
Logra evadirse,
ayudado por varios amigos fieles, y comienza a deambular a través de la ciudad
de Córdoba, con la esperanza de obtener de nuevo el amor de su adorada Wallâda.
Escondido entre las
ruinas de Al-Zahrâ y lamentando la destrucción de su amor, compone su famosa
Qasidah en nûn, de cincuenta versos, en la que expresa una gran angustia por
haber perdido el objeto de su amor. El poeta nos da en esta composición como
fecha de su muerte la de su última cita con la hermosa e inconstante
Wallâda. He aquí un fragmento:
Alejados uno de
otro, mis costados están secos de pasión por ti, y en cambio no cesan mis
lágrimas…
Al perderte, mis
días han cambiado y se han tornado negros, cuando contigo hasta mis noches eran
blancas…
Diríase que no
hemos pasado junto la noche, sin más tercero que nuestra propia unión, mientras
nuestra buena estrella hacía bajar los ojos de nuestros censores:
Eramos dos
secretos en el corazón de las tinieblas, hasta que la lengua de la aurora estaba
a punto de denunciarnos.
Después de vagar
errante por los alrededores de Córdoba, esperando ver a su amada, llega a
Sevilla, donde se asienta en la corte del rey ‘abbâdí Al-Mu’tadid en calidad de
visir. Posteriormente, y tras un largo deambular por todas las ciudades de
Al-Andalus, vuelve de nuevo a Sevilla, en donde encuentra una excelente acogida
por parte del nuevo rey, Al-Mu’tamid, a quien alentará y ayudará en la conquista
de Córdoba, en la que pensaba residir definitivamente. Pero los avatares
políticos le obligan a volver a Sevilla, en donde le llega la muerte en el año
363 de la Hégira (1071).
Otra de las notas
relevantes de su vida concierne a su experiencia en asuntos relacionados con la
ahl al-dimma, es decir, con los núcleos cristianos y judíos, a los que
apoyó y sobre los cuales debió de ejercer una gran influencia, todo ello gracias
a su larga trayectoria en la administración pública y a su continuo trato con
todos los sectores que configuraban la sociedad andalusí de su tiempo.
No obstante, y como
ya hemos reseñado, las relaciones amorosas con Wallâda son, sin lugar a dudas,
el rasgo fundamental en lo que atañe a toda su producción poética, pues ya
sabemos que tras una intensa pasión llegó la separación y, más tarde, la ruptura
total. Sobre este lance de su vida se centra, generalmente, la atención de sus
biógrafos y críticos, e incluso son numerosísimas las obras que se han inspirado
en estos amores abocados al fracaso; entre ellas, una pieza teatral en seis
actos, estrenada y publicada en El Cairo.
Su producción
poética se encuentra hoy recopilada en un dîwân o cancionero, que se ha
publicado frecuentemente, y en el que están reunidas sus composiciones poéticas
y sus interesantísimas rísalah en prosa, de tono satírico y burlesco o
compungido y temeroso.
De la popularidad
que alcanzó su poesía, debido fundamentalmente a su sencillez para ser recitada
a nivel popular, nos habla la leyenda según la cual <<quien aprendiere de
memoria su Qasîdah en nûn morirá en el destierro>>.
Esta leyenda
probablemente tuvo como causa originaria las distensiones entre el visir Ibn
‘Abdûs e Ibn Zaydûn, motivadas por la mutua atracción amorosa que ambos sentían
por una misma mujer: Wallâda, distensiones que tienen como punto final esta
situación, según la cual Ibn Zaydûn acaba por ser considerado como poeta
maldito.
Veamos otro
fragmento de esta polémica obra:
Desde Al-Zahrâ te
recuerdo con pasión. El horizonte está claro y la tierra nos muestra su faz
serena.
La brisa desmaya
con el crepúsculo: parece que se apiada de mí y languidece, llena de ternura.
Los arriates me
sonríen con sus aguas de plata, que parecen collares desprendidos de las
gargantas.
Así fueron los días
deliciosos que ya pasaron, cuando, aprovechando el sueño del Destino, fuimos
ladrones de placer.
Hoy sólo me
distraigo con las flores, imán de los ojos, en las que la escarcha juega vivaz;
inclinando sus tallos:
Son como pupilas
que, al ver mi insomnio, lloran por mí, y por eso el irisado llanto resbala por
su cáliz.
En los soleados
rosales brillan los rojos capullos, aumentando la luminosidad de la mañana.
Aromáticas
bocanadas se transmiten el pomo del nenúfar, dormilón cuyas pupilas entreabrió
el alba.
Todo excita el
recuerdo de mi pasión por ti, que nunca abandona mi pecho, por mucha que sea su
estrechura.
Si la unión
contigo, por la que suspiro, se lograse, ese día sería el más noble entre todos.
¡No conceda Allah
la calma al corazón que desista de recordarte y que no vuelve a tu lado con las
alas trémulas del deseo!
Si el Céfiro,
cuando sopla, consintiera en llevarme, depositaría a tus pies un doncel
extenuado por la pena.
¡Oh mi más
precioso joyel, el más sublime, el preferido de mi alma, cuando los amantes
compran joyeles!
Pedirnos uno al
otro deudas de puro amor era, en otros tiempos, la pradera feliz donde corríamos
como libres corceles.
Pero ahora yo soy
el único que puede jactarse de leal. Tú me dejaste, y yo me he quedado, triste,
amándote.
Otro dato que nos
refleja la importancia de sus poemas estriba en el hecho de que hay indicios que
ciertos fragmentos de ésta, su obra más importante, están insertos en La Mil
y una Noches, en la que, bajo la vaga indicación de cómo dijo el poeta…,
se recogen estos versos volcados al castellano por Varela:
¡Despréciame!, he
de sufrirlo;
¡ríñeme!, tienes
razón;
¡huye!, te sigo;
¡habla!, te escucho;
¡ordena!, tu
esclavo soy.
Prolífico y
violento, fue poeta sobre todo. Escribió poemas de alabanza a los señores a los
que servía, o a aquellos de quienes solicitaba algunos favores. Redactó
epístolas, elegías y poesías eróticas; cultivando no sólo las formas clásicas de
la poesía árabe, sino también las estróficas.
Ha sido calificado
por el prestigiosos arabista García Gómez, como el mejor poeta neoclásico de Al-Andalus,
y nos dice que es, sobre todo, el poeta del amor.
Es también conocido
por el sobrenombre del Tíbulo andaluz, por tener ambos ciertos puntos de
semejanzas en sus respectivas vidas.
ABEN AL-LABBANA (Ibn Al-Labbâna)
Abû Bark ibn Muhammad ibn
‘Isâ al-Dânî, llamado Ibn al-Labbâna (hijo de la lechera).
Poeta e historiador.
Nació en Denia, como
indica su nombre.
Murió en Mallorca en el
año 1133.
Poco sabemos de la
vida y obra de Ibn al-Labbâna. Unicamente que residió en la corte del rey-poeta
Al-Mu’tamid, con quien cruzó unas bellísimas composiciones poéticas, cuando
dicho personaje se encontraba cautivo en Agmât, y en unas circunstancias tan
precarias que sus mujeres, favoritas y más queridas hijas tuvieron que empujar
la rueca para aliviar con su trabajo las estrecheces y angustias del que había
regido los destinos del opulento reino sevillano.
En estas aciagas
circunstancias y como nuestro autor debía despedirse de Al-Mu’tamid, éste le
obsequió veinte pesos y dos trozos de tela que acompañó con los siguientes
versos:
La mano de un
cautivo te dirige este insignificante obsequio, cuya aceptación será la mejor
prueba de tu reconocimiento: recibe, pues, lo que él se avergüenza de ofrecerte,
aunque tiene como excusa su pobreza. No te asombre la desgracia que le abruma,
pues que también la luna sufre sus eclipses. Espera que al verse en mejor
situación se manifestarán los efectos de su generosidad… La adversidad ha
dirigido hacia él su mirada, y le ha arrebatado todas sus incomparables
grandezas. A la felicidad ha sucedido el infortunio, según el orden de los
decretos del Omnipotente…
Ibn Al-Labbâna no
aceptó el regalo, contestando a Al-Mu’tamid:
Tratas con un
hombre de honor: déjame, pues, con las simpatías que hacia ti siente mi corazón.
¡Renunciaría al amor que por ti siento y que constituye la mitad de mi religión,
si alguna vez los vestidos que llevo encubriesen a un traidor! ¡Quede yo para
siempre víctima de la desgracia, si recibo algo de un cautivo! Yo viajo, pero no
es con objeto interesado. ¡Allah me libre de tan vil proceder! Cuando la
gratitud, por viva que sea, reconoce por causa un beneficio, ¿dónde está el
mérito de mostrarse agradecido? Como a Chadima, la fortuna te ha engañado; pero
yo no seré para ti menos que Cacir. Conozco mejor que tú mismo tu generosidad,
pues (con frecuencia) me he puesto a su sombra para resguardarme de los adornos
(de la adversa fortuna). A pesar de tus dadivosas disposiciones, tu precaria
situación te ata las manos… ¡Ten paciencia!, tú podrás colmarme de alegría, pues
(bien pronto) subirás al trono, y me conferirás las más encumbradas dignidades
el día en que entres en tus palacios. Tu liberalidad superará entonces al de
Cherir. Disponte para recuperar tu rango, pues el eclipse no oscurece la luna
para siempre.
Respondió a su vez
Al-Mu’tamid:
Rebelde y
agradecido para conmigo, ha rehusado mi obsequio; su injusto proceder merece a
la vez el vituperio y el agradecimiento. El temor de empeorar mi suerte le ha
hecho rehusar mi pobre regalo, mas merece ser tratado con dureza, por cuanto no
consiente en aceptar cosas de ningún valor. Si por una parte le elogio, por otra
no puedo menos que censurarle con el pensamiento y con la palabra. ¡OjAllah pueda
yo, oh Abû Bequer, no carecer jamás en mis desventuras de un amigo tan reservado
como tú y de tan rara fidelidad! Pero ¿de qué utilidad pueden serme los cuidados
de un amigo que se compadece de mi situación? Yo muero de miseria, y ya no tengo
por qué temerla.
A lo cual contestó
Ibn Al-Labbâna:
¡Oh príncipe
ilustre, generoso como la lluvia bienhechora, solo por respeto te he devuelto tu
regalo! ¡No permita Allah que yo aumente las estrecheces, la penuria de un
hombre generoso que alivió la suerte de tantos menesterosos, y que ahora mismo
se compadece todavía de la pobreza! ¡No quiero yo aumentar sus penas con un
comportamiento injusto: hágame traición el destino, si alguna vez llegase a
engañar a la fuerza necesaria, una pilastra sobre la cual pudiera apoyarme, para
patentizarte mi fidelidad que hoy se oculta en la sombra?
(Fragmentos
recogidos de la obra de Francisco Pons Boígues, Ensayo Bibliográfico de los
historiadores y geógrafos arábico-españoles. Madrid, 1898).
IBN AL-SAMIR
Poeta y astrólogo en la corte de ‘Abd al-Rahmân II.
Desconocemos las circunstancias locales y temporales que
envolvieron tanto su nacimiento como su muerte.
Sobre sus orígenes tenemos
datos imprecisos, según nos lo confirma Elías Terés; imprecisión que comienza ya
en la persona de su padre, Al-Samir ibn Numayr. Según unos era éste mawlà
de los omeyas en Oriente, viniendo a establecerse posteriormente en la corte
andalusí, donde permaneció hasta su muerte. De otro lado, se asegura que,
después de haber estudiado en Córdoba, marchó a Oriente, se estableció en Egipto
y allí murió.
Por lo que se refiere a
nuestro Ibn al-Samir, ya de entrada nos encontramos que nos plantea problemas su
nombre. Unos autores le llaman ‘Abd Allâh, otros ‘Abn al-Rahmân; con su apellido
nos sucede lo mismo, debido a un pequeño problema de vocalización: para unos es
Ibn al-Samir; para otros Ibn al-Simr; e incluso Ibn al-Faradî le hace natural de
Huesca, mientras que Ibn Sa’îd le cree natural de Córdoba, y le llama <<Al-Kurtubî>>.
No obstante sabemos
ciertamente que fue preceptor de la poderosa familia de los Banû Abû ‘Abda, pero
toda su vida se encuentra ligada a la del emir ‘Abd al-Rahmân II, con quien le
unía una gran amistad que se remontaba a la infancia de ambos.
Tenía nuestro poeta un
carácter tan agradable y dulce que ganaba el corazón de quienes le trataban;
sería este modo de ser el que le granjearía la simpatía del príncipe ya en su
tierna edad. Se dice que siendo aún ambos adolescentes, cuando todavía no había
indicios claros de que ‘Abd al-Rahmân sería jurado heredero, Ibn al-Samir
anunció a su amigo, por vía de una serie de consultas astrológicas, que había de
obtener el trono de Córdoba.
Cuando sucedió realmente esto, el emir le colmó de
favores y le asignó un doble estipendio: como poeta y estrellero. Alcanzó altos
cargos en palacio y fue muy íntima su relación con el emir, como reflejan la
mayor parte de los relatos conservados. Tomemos uno que nos sirva de ejemplo
para documentar esta aserción: Ibn al-Samir se presentó un día en palacio
ataviado con una vistosa túnica y una capa, ambas del ‘Irâk; comenzaron nuestros
dos personajes a beber y, queriendo el emir burlarse de su amigo, le dijo,
recordándole los pasados tiempos en que la penuria era el único capital de Ibn
al-Samir:
- ¡Hola, Ibn al-Samir! Te
has puesto una pieza de ‘Irâk sobre otra; ¿qué has hecho de aquella capita
rapada, tejida con hilos tan bastos que parecían raíces y que te ponías para
venir a verme cuando yo era niño?
- La he cortado –contestó
rápido el poeta-, y he hecho con ella una albarda y unas cinchas para tu mulo
tordillo.
Esta anécdota nos demuestra
que la estrechez pasada había afectado tanto al uno como al otro, pues en
realidad ‘Abd al-Rahmân sólo había poseído aquel tordillo al que se refiere el
poeta, mejorando su suerte únicamente con la muerte de un hermano suyo, presunto
heredero del trono.
En otra reunión cortesana el
emir ‘Abd al-Rahmân, que era muy crédulo en lo que se refiere a la astrología,
hablaba no obstante desdeñosamente de ella. Ibn al-Samir, que estaba presente y
que era el mejor de sus astrólogos, según nos refiere Ibn Hayyân, saltó al punto
y quiso demostrarle al emir la verdad de sus predicciones, pidiéndole que le
pusiera a prueba…
Bien –le dijo el emir-, si
adivinas por cuál de las puertas de este salón he de salir cuando me levante de
aquí, entonces daré crédito a tu ciencia. Ibn al-Samir consultó al instante
un horóscopo, y escribió sus deducciones en un pliego que se cuidó de sellar
celosamente. El emir, entonces, hizo abrir una puerta justo tras el lugar en el
cual había estado sentado, y salió por ella. Cuando abrió el pliego con las
predicciones del estrellero, cuál no sería su sorpresa al ver que todo cuando
había acontecido estaba plasmado en la predicción.
Refiriéndose a otra de las
notas predominantes en la relación de ambos personajes, ‘Abd al-Rabbi-hi, en su Al-‘Iqd al-farîd, nos describe la solemnidad, el ceremonial, el protocolo
que el emir había introducido en las normas palatinas; se nos relata, por boca
del eunuco Nasr, cómo el emir, que se había irritado en cierta ocasión con sus
comensales, ordenó que fueran borrados del registro de las dádivas (<<dîwân ‘atâ’ihi>>),
y que no fueran reemplazados por otros nombres. No obstante, al cabo de unos
días, añorándolos, le comunicó a Nasr que sentía nostalgia de ellos, a lo cual
replicó el eunuco que ya habían sufrido un buen correctivo y que gustosamente
los habría de mandar buscar, si el emir así lo deseaba. El monarca accedió ante
tal propuesta: vinieron los poetas y en todos ellos se notaba la tristeza en
que les había sumido la ira del gobernante; se organizó la tertulia, pero la
melancolía seguía siendo evidente. Entonces el omeya le preguntó a su esclavo
que cuál era la causa de haber perdido sus antiguos amigos su tan estimada
alegría. Replicó éste que sólo había una: que en ellos pesaba la ira que su
señor les había demostrado. Ante esta respuesta, les concedió su perdón y les
exhortó de nuevo a la alegría. Ibn al-Samir, que estaba presente, se levantó de
su asiento e improvisó los siguientes versos, dirigidos al emir:
¡Oh tú, que eres la
clemencia de Allah sobre sus criaturas,
y cuya generosidad se
desborda en todo instante!
¡Si rechazas la compañía
de los pecadores,
muy pocos serán los
hombres que puedan gozar de tu compañía!
Este relato es
particularmente valiosos porque en él vemos declarada explícitamente la
existencia de esa oficina o registro (<<dîwân al’atâ>>) que el emir tenía
organizada para pagar al coro de poetas que le rodeaba. También denota la
anécdota la importancia que nuestro poeta poseía dentro de dicha cohorte de
poetas y literatos.
Así mismo, Ibn al-Samir
participaba, junto con su amigo, de todos los asuntos puramente políticos, pues
sabemos que fue él quien dictó la inscripción que llevaba el sello oficial del
emir, cuando aconteció que éste había perdido el que en un principio poseía.
Nasr, que fue encargado por el soberano para la realización del nuevo sello,
pidió consejo y ayuda a Ibn al-Samir, sobre la inscripción que había de
imprimirse en él, a lo que el poeta respondió:
El sello del nuevo reinado
que refrendará las órdenes
ante el pueblo,
será: ‘Abd al-Rahmân está
satisfecho
con el decreto de Allâh.
El monarca omeya estimaba en mucho las dotes de improvisación
de que hacía gala el poeta. Por ello, cuando en cierta ocasión en que había
regalado a una de sus esclavas un collar valorado en una gran cantidad de
dinares, uno de sus visires osó recordarle al emir el enorme gasto que ello
implicaba, lo cual no agradaba mucho al emir, replicó:
¡ay de ti; la que ha de lucir esa alhaja es otra joya más
preciosa que ella, más estimable, más digna. Si con estas piedras brilla su
rostro y es su hermosura más grata a los ojos, también Allah creó joyas que
brillan y cautivan los corazones! ¿Es que hay entre las joyas de la tierra,
entre sus más estimadas presas, entre las dulzuras de sus mayores placeres y
goces, cosa más agradable a los ojos, conjunto tal de perfecciones como un
rostro en el que Allah acumuló todas las bellezas y que dotó con todos los
atractivos de la hermosura?
Tras decir estas palabras, se volvió a nuestro poeta y le
espetó con el siguiente verso:
¿Qué se te ocurre a ti sobre este asunto?
A lo cual replicó Ibn al-Samir:
¿Acaso se pueden comparar los rubíes y las perlas
a aquélla que aventaja en esplendor al sol y a la luna?
¿A aquélla cuya forma creó en el principio la mano de
Allah
pues nadie sino El hubiera podido crearla?
¡Honra, pues, en ella a una joya fabricada por Allah,
ante la cual son despreciables las del mar y de la tierra!
Para ella creó Allah cuanto hay en cielos y tierra
Poniéndolo bajo su dominio.
Entonces el emir, continuando con el mismo metro y en la
misma rima, declamó a su vez:
Tus versos ¡oh Ibn al-Samir! Aventajan a toda poesía,
y exceden a cuanto puede concebir la mente y la razón…
Tras recitar tan excelsamente, el emir le obsequió con
quinientos dinares. Y, como ya estamos observando, tanta adición sentía el emir
para con su poeta, que le cursaba invitaciones personales en verso para
organizar partidas literarias, o para beber. Una de estas invitaciones puede ser
considerada como de entre las primeras poesías báquicas que se compusieron en la
Andalucía musulmana, y ya en ella aparece el tema del vino asociado al del
jardín. Incluso a veces salían juntos de cacería, sobre todo para poner en
práctica la afición suprema del gobernante: la caza de grullas. También el emir
omeya lo solía llevar consigo en algunas de sus expediciones militares, y a este
respecto poseemos varios testimonios: uno de ellos, que insiste sobre la
sabiduría astrológica de nuestro poeta, nos refiere cómo, al volver de una de
sus campañas ‘Abd al-Rahmân mandó plantar las tiendas en el Fahs al-Surâdik, a
la vista de Córdoba aplazando la entrada en la ciudad hasta la mañana siguiente,
con objeto de entrar en perfecto orden militar, a lo cual se negó en redondo Ibn
al-Samir, exhortándole para que lo hiciera al punto. Y, en efecto, el emir no
tuvo más remedio que aceptar la propuesta, debido a que un tremendo aguacero
amotinó al ejército que exigía la entrada inmediata en la fortaleza, con vistas
a encontrar el refugio que la campiña le negaba. Esto, unido a la predicción
cumplida de que ambos, emir y poeta, habrían de entrar en Córdoba vestidos con
un mismo atuendo, motivó que el emir hubiera de tomar en serio, de aquí en
adelante, las predicciones del astrólogo.
Ibn al-Samir no se recataba de dar rienda suelta a sus
palabras, aun cuando éstas pudieran herir la sensibilidad del monarca, usando
expresiones que eran evidentemente atrevidas, si tenemos en cuenta el natural
respeto que ha de imponer un monarca a sus súbditos, y mucho más entonces que,
en virtud del solemne ceremonial ‘irâquî, recientemente adoptado por el emir,
había éste revestido a su persona de toda majestad y pompa imaginables,
apareciendo ante su pueblo como un ser augusto e infalible.
Incluso nuestro poeta componía versos que hacía leer a su
señor y amigo, el cual adoptaba como suyos. A este respecto es revelador el
siguiente relato: en el año 225 de la Hégira (839-40 de nuestra era) ‘Abd
al-Rahmân II emprendió una campaña, mandada por él en persona, contra los
cristianos de Yillikiya, campaña que fue dura y prolongada, según parece. A la
vuelta, cuando el ejército ya se encontraba por tierras de Guadalajara, el emir
soñó una noche con su favorita Tarûb, y al despertarse mandó llamar a Ibn
al-Samir, quien le acompañaba en la expedición. Tan fuerte fue el deseo del
monarca de volver a contemplar el rostro de su favorita, que dejó el ejército en
manos de su hijo Al-Hakam y se adelantó rápidamente dirección a Córdoba. En este
camino, y con motivo de tal suceso, Ibn al-Samir compuso una qasîdah, de la cual
son los siguientes versos que el poeta pone en labios de ‘Abd al-Rahmân:
Perdí el gozo del amor desde que dejé a mi amante,
y solo paso las noches suspirando.
Cuando surge ante mí el sol naciente del día
me recuerda a Tarûb,
muchacha adornada con las galas de la hermosura:
los ojos al verla la creen una mansa gacela.
¡Cómo añoro su rostro!
¡Qué heridas ha dejado en mis entrañas!
¡Oh la más bellas de las criaturas a mis ojos,
la que más plaza tiene en mi corazón!
El amor ha extenuado mi cuerpo,
prendiendo llamas en mi alma.
Ya no puedo pasar sin ti, privado de visitarte,
después de haberte tenido tan cerca de mí…
A causa de todo ello, Ibn al-Samir gozaba del favor real, y
sin duda alguna triunfaba en la corte; dentro de los círculos palatinos fue un
gran admirador de las composiciones del cantor ‘Alî ibn Nâfi, más conocido por
su apodo de Ziryâb, el gran favorito de la corte cordobesa, a quien dedicó esta
composición:
¡Oh ‘alî ibn Nâfi! ¡Oh ‘Alî!
¡Tú! ¡Tú eres el insigne, el ilustre!
Para que todos lo sepan, fue tu origen hâsimî,
pero en el amor eres ‘absamî.
En cambio, la oratoria suelta y procaz, a veces, de Ibn
al-Samir, se encaró con encumbrados personajes. Uno de éstos fue Yujâmir ibn
‘Utmân al-Sab’ânî, juez supremo de Córdoba, pero hombre incapaz, quien fue
centro de atención y blanco de las sátiras y habladurías de todo el pueblo,
hasta que acabó por ser destituido de su alto cargo. Nuestro poeta le hizo
objeto de una travesura que debió dejarle amargo recuerdo para toda su vida.
Estando el juez un día en su tribunal, en pleno ejercicio de sus funciones,
llegó Ibn al-Samir y, tomando una de las cédulas en las que se inscribían los
litigantes, para ser llamados por turno, no se le ocurrió otra cosa que escribir
en ella el nombre del profeta Jonás y el del Mesías, hijo de María. El juez,
irreflexivamente, convocó a ambos litigantes; al oir la llamada, Ibn al-Samir,
desde el público, grito: ¡La aparición de estos dos personajes es uno de los
signos que anuncian el fin del mundo!.
Parece ser que tampoco tuvo una relación armoniosa, al menos
en los últimos tiempos, con el eunuco Nasr, el poderoso valido del palacio, del
que hemos hablado anteriormente, pues éste trató de envenenar al emir de acuerdo
con la favorita Tarûb, con objeto de colocar en el trono al hijo de ésta, en
contra de los deseos del soberano, quien se mostraba más inclinado a su otro
hijo Muhammad. El eunuco cayó víctima de su propio veneno a Nasr había dejado de
frecuentar la presencia y compañía de Muhammad, volvió a ello, tras dedicarle
una serie de versos.
Podemos suponer, por último, que el poeta llegaría a conocer
el reinado de Muhammad, según la fecha de composición de la qasîdah, dedicada al
sucesor, escrita un año antes de la muerte de ‘Abd al-Rahmân (852).
Tuvo siempre un gran amor al estudio, por lo que llegó a
realizar un viaje al Oriente, logrando la posesión de amplios y vastos
conocimientos en todas las ramas del saber. Ya hemos ido viendo, a lo largo de
las pequeñas muestras de su poesía que hemos reflejado, cuál era su técnica y
su vena poética, reveladoras ambas de una sólida formación, la cual era a todas
luces necesaria para mantenerse en un alto puesto junto a un crítico capaz como
‘Abd al-Rahmân II. Los historiadores nos advierten que fue poeta excelente (muflik),
que alcanzó una gran fama y que las gentes acudían a él para aprender sus
versos. También nos lo presentan como amigo entrañable e inseparable del emir, y
le llaman su poeta, su comensal y su estrellero.
Como astrólogo, una autoridad en la materia, cual es Ibn
Hayyân, nos dice que junto a ‘Abd al-Rahmân II no había otro tan notable como
Ibn al-Samir; Al-Hiyârî, le llama por las dotes de penetración que Allah le
había dado, ra’is al-munayyimîn bi-l-Andalus, <<el príncipe de los
estrelleros de al-Andalus>>.
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