Filósofos Andalusíes
AL-BAKRÎ
Ibn
Rushd (AVERROES)
IBN TUFAYL
AL-BAKRÎ
Abû ‘Ubayd ‘Abd
Allâh ibn ‘Abd al-‘Azîz ibn Muhammad al-Bakrî.
Geógrafo,
filósofo y erudito.
Nació en Saltés
en 1014.
Su abuelo Muhammad,
gobernador de la kûra de la Lebla, se declaró independiente hacia el año 1011.
Su padre ‘Abd al-‘Azîz, sería desposeído por Al-Mu’tadid, rey de Sevilla, del
territorio de Lebla, retirándose a Córdoba, ciudad que daba asilo a todos los
príncipes destronados y que habían adoptado, como fórmula de gobierno, una
administración republicana provincial y municipal, regida por Abû-l-Hazm ibn
Yahwar, antiguo guarda-sellos de los últimos califas.
Fue en Córdoba donde
al-Bakrî paso sus primeros años, conociendo por estas fechas a Ibn Hayyân. Su
estancia en esta ciudad le valió el sobrenombre de Cordobés (al-Kurtubî).
A la muerte de su
padre se trasladó a la fastuosa corte de Almería, cuyo príncipe Al-Mu’tasim
realizaba una labor de mecenazgo hacia todos los poetas y artistas de su reino.
Más tarde Al-Bakrî pasó a Sevilla, donde permaneció al lado del rey-poeta al-Mu’tamid.
Al-Bakrî profesaba
un gran cariño a los libros, contándonos Ibn Bashkuwâl que tenía la costumbre de
envolverlos en seda, como muestra del afecto que le merecían. Cuéntase también
de él, que era muy aficionado a la bebida, refiriendo algunos de sus biógrafos
que su cabeza nunca se hallaba libre de los sopores del vino.
Esta afición por el
vino y las fiestas se refleja en algunas de sus composiciones poéticas, como
ésta, traducida y amoldada al verso castellano por Varela:
Casi no puedo
aguardar
que el vaso
brille en mi diestra,
beber ansiando el
perfume
de rosas y de
violetas.
Resuenen, pues,
los cantares;
empiece, amigos,
la fiesta,
y de oculto a
nuestros goces
libre dejando la
rienda,
evitemos las
miradas
de la censura
severa
para retardar la
orgía
ningún pretexto
nos queda,
porque ya viene
la luna
de ayunos y
penitencias,
y cometer gran
pecado
cuantos entonces
se alegran.
Un hecho paradójico
en la obra de Al-Bakrî es la circunstancia de que nunca salió de Al-Andalus, por
lo que su obra geográfica no puede ser sino recopilaciones, valiéndose de
numerosas fuentes, sobresaliendo su curiosidad y sus dotes de ordenación, que
hacen de él uno de los principales geógrafos de Al-Andalus.
Entre sus numerosas
obras descuella, por su importancia, su Libro de los reinos y de los caminos
(Kitâb al-Mamâlik Wa-l-majâlik), de la que sólo conocemos algunos
fragmentos.
El Mamâlik es
la obra geográfica general, que comienza con la Creación como alegoría, y trata
de los países del mundo a base del esquema de su historia, clima, recursos
naturales, costumbres, carreteras, ciudades, provincias y monumentos, de la cual
sólo nos ha llegado la parte que trata del norte de Africa, algunos fragmentos
de A-Andalus y Europa incluyendo a los países eslavos, para cuya descripción se
valió de la relación de viajes del judío Ibrahîm ibn Ya’kûb de Tortosa, del
siglo X.
La parte que trata
de Europa y Al-Andalus comienza hablando de los diversos nombres con que era
conocida la Península: Iberi, Baetica, Al-Andalus (en un principio, con este
nombre, Al-Andalus, se quiere señalar la zona más occidental, que era
como se denominaba al antiguo Imperio visigótico, que se extendía desde el sur
de Francia al norte de Africa; a esto sigue una referencia a seis provincias
políticas y administrativas, incluyendo sus principales ciudades). Menciona a
Galicia, refiriéndose a algunos de sus reyes y sus relaciones con los andaluces
islamizantes; describe a los gallegos como habitantes de una tierra árida,
son traidores, sucios, y se bañan una o dos veces al año, y ésas con agua fría.
Nunca lavan la ropa hasta que son inservibles, porque dicen que la suciedad
acumulada por efecto del sudor suaviza su cuerpo… Después de hacer un amplio
recorrido por Bretaña, continúa hablándonos de las montañas de la Península y de
sus múltiples ciudades: Toledo, Tudela –en la que vivía una mujer con barbas
como las de un hombre-, Bobastro, Barcelona, Córdoba y su gran mequita, Sevilla,
Algeciras… La parte que trata de Al-Andalus termina con una sección que toca el
tema de la silvicultura, minerales y piedras preciosas.
Referente a Europa,
de la que trata el resto del texto, se detiene a describirnos a los extranjeros
y sus países: cristianos trinitarios del norte de la Península, turcos,
lombardos, ingleses, rusos, búlgaros… Prosigue con un breve resumen del país
de los romanos y de las diversas islas del mediterráneo; describe los
desfiles del emperador de Bizancio hasta la catedral de Constantinopla, y
continúa con la ciudad de Roma, su situación, y la primitiva basílica de San
Pedro. Nos habla de algo de la historia y religiones de los romanos,
haciéndonos notar que se afeitaban la barba y consideraban cristianos a los que
no lo hacían. En Chipre, dice que se practicó la idolatría en la Antigüedad,
aunque no menciona que fue ocupada por los andaluces expulsados de Córdoba tras
la fallida revuelta contra el emir Al-Hakam I; que Creta tomó su nombre de un
mago, que Sicilia tenía una gran riqueza agrícola, un terrible volcán y minas de
fósforo, y Ens. Antigüedad estuvo habitada por caníbales. Así, hasta hacer un
amplio recorrido por las islas del Mediterráneo.
Al-Bakrî hubo de
consultar la parte geográfica de las Etimologías de San Isidoro, ya que
algunos pasajes de su obra son parecidos al dell arzobispo de Sevilla. Por
ejemplo, en la descripción que hacen ambos de las islas afortunadas (Canarias): llamadas así porque sus bosques y arboleda
se componen únicamente de árboles que producen frutos magníficos y excelentes,
sin tener necesidad de ser plantados o cultivados. Allí la tierra produce
cereales en lugar de berzas, y en vez de cardos, plantas aromáticas de todas
clases. Estas islas situadas al occidente de Berbería, están diseminadas en el
Océano, a poca distancia unas de otras.
Otra obra geográfica
de Al-Bakrî es un Diccionario de nombres difíciles (<<Mu’yâm mâ
ista’yâma>>, que literalmente significa <<Alfabeto de lo que es poco
conocido>>). Consiste en un vasto repertorio de topónimos, en su mayoría
referentes a Arabia, precedido de una introducción sobre la geografía antigua de
aquella península. Dozy resalta lo verídico y exacto de los datos de la obra,
donde el autor indica los límites de la Arabía y sus provincias, las tribus que
la habitaban, etc.
Existe como muestra
de esta obra un ejemplar de dos volúmenes en la biblioteca de Leyden, oro en la
biblioteca Ambrosiana de Milán, otro en el Museo Británico, en Constantinopla y
en la mezquita de Túnez. Esta obra fue publicada etnográficamente por Wüstenfeld,
en 1875.
Escribió igualmente
obras de carácter filológico, realizando algunos comentarios a varias obras,
principalmente Shark kitâb Al-anthâl¸de Ibn Sallâm, y Al-‘alî fî Shark
al-amâlî, de Al-Kâlî. El objetivo de Al-Bakrî sería comentar dichas
obras, rellenando las lagunas en los casos en el que el significado no estaba
claro, explicando las expresiones poco comunes, y haciendo las narraciones
necesarias; de hecho, criticó la obra de Al-Kâlî, por su fallo al no
proporcionar suficientes ejemplos para hacer el trabajo más lúcido y preciso.
Ibn Rushd (AVERROES)
Abû-l-Walid
Mohammad ibn Ahmâd ibn Rushd.
Filósofo, poeta, jurisconsulto y astrónomo.
Nació en Córdoba en 1126. Murió en Marrakesh el 10 de Diciembre de 1198.
Su nombre fue deformado por los
copistas cristianos, derivando Averroes de Abenroxd (Ibn Rushd), que significa
el nieto, para distinguirle de su abuelo del mismo nombre.
Nació en Córdoba
de una distinguida familia. Su abuelo fue juez mâlakî de esta ciudad, y su mismo
padre fue un hombre también culto y versado. Recibió una esmerada educación, que
principió desde el mismo seno de su familia, estudiando las diferentes ciencias
del Dîn del Islam –estudios coránicos, Hadiz, Fiqh ,y todo el conocimiento
relacionado con el saber mas intimo del Islam, rama del saber en la que se
mostró como un destacado alumno-. No obstante, sus logros más importantes, y por
los cuales verdaderamente se le conoce, se producen en el campo de la medicina y
de la filosofía. Pero lo más destacado de este primer período es que prosiguió
la tradición jurídica de la familia, alcanzando desde muy joven fama de gran
jurisconsulto con su obra Punto de partida del jurista supremo y de legado del
jurista medio.
Escribió un gran
número de obras filosóficas, algunas de las cuales fueron conocidas en Occidente
a través de sus traducciones al latín, más aparte de todo ello, dejó a su muerte
un gran legado, conocido por averroísmo en la Europa del siglo XIII.
A menudo es
reconocido bajo el sobrenombre de shârih (comentarista), por haber compendiado,
explicado comentado las siete obras de Aristóteles, por quien Ibn Rushd
demostró una profunda admiración, pues le consideraba como una eminencia que
había alcanzado la verdad absoluta. Este entusiasmo que demostró a través de
toda su obra, contribuyó a mantener vivo el aristotelismo en un momento de la
historia en que los estudiosos aristotélicos comenzaban a declinar en el resto
del mundo musulmán.
El revivir de la
filosofía en Al-Andalus coincidió con la aparición de gobernantes almohades
cultos, que mostraron un gran interés por la filosofía. Sin embargo, los
eruditos andaluces adolecieron de una gran timidez a la hora de adentrarse en el
vasto mundo de la filosofía, e incluso el mismo Ibn Rushd hizo gala de ella
cuando, en 1169, fue presentado por su amigo Ibn Tufayl a Abû Ya’kûb Yûsuf,
gobernante versado en la filosofía e interesado en que nuestro filósofo fuera a
engrosar las filas de su séquito de eruditos. Es Al-Marrâkushî quien nos relata
el encuentro y el temor que mostró nuestro autor en ésta su primera intervención
ante el califa:
Cuando estuve en
presencia del Príncipe de los Creyentes, Abû Ya’kûb, lo hallé sólo con Abû Bakr
ibn Tufayl. Este comenzó a elogiarme, mencionando a mi familia y antepasados, e
incluyendo en su relación hechos superiores a mis propios méritos. Tras
preguntarme mi nombre, el de mi padre, y mi genealogía, lo primero que me dijo
el Príncipe de los Creyentes fue: ¿Qué opinan del cielo? -refiriéndose a los
filósofos- ¿es eterno o creado? La confusión y el miedo se adueñaron de mí, y
comencé a inventar excusas y a negar que alguna vez me hubiese interesado la
filosofía, pues no sabía lo que Ibn Tufayl le había contado al respecto. Pero el
Príncipe de los Creyentes comprendió mi miedo y mi confusión y, volviéndose a
Ibn Tufal, comenzó a hablar de lo que me había preguntado, mencionando qué había
dicho Aristóteles, Platón y todos los filósofos y presentando además las
objeciones de los pensadores musulmanes contra ellos; y me di cuenta que tenía
tal memoria como no creí pudiera ser hallada incluso entre aquellos que se
dedican exclusivamente a ese tema. Continuó tranquilizándome de este modo hasta
que hablé y expuse lo que pensaba del tema; y cuando me retiré ordenó me
hiciesen un donativo en dinero, unas magnificas vestiduras de gala y un corcel.
Con esta
presentación ante el Califa, comenzó una brillante carrera filosófica para Ibn
Rushd, pues el mecenazgo de Ya’kûb le valió la publicación de su pensamiento
filosófico en treinta y ocho obras. Asimismo, esta gran amistad le elevó al
cargo publico de juez de Sevilla en 1169, al de juez principal de Córdoba en
1171, y al de médico de la corte en 1182.
Cuando murió Abû
Ya’kûb, Ibn Rushd gozó de la protección y apoyo de su sucesor, Abû Yûsuf, hasta
1195, año en que el califa, aconsejado y presionado por los doctores mas
ortodoxos, que veían en la filosofía un peligro para el Dîn (Camino del Islam),
publicó un edicto contra los cultivadores de ésta. Ibn Rushd fue condenado en la
Mezquita por la inmensa mayoría de los doctores, siendo privado de sus honores y
viendo cómo sus obras eran quemadas en la plaza pública. Así pues fue convicto
de herejía, lo que le supuso la marcha a un duro exilio en Lucena, localidad
cercana a Córdoba; el destierro duró tres años, al cabo de los cuales el califa
revocó el mandato y le llevó junto a él a Marrakesh, donde pocos meses después
falleció.
Su cadáver,
enterrado primeramente en el cementerio de la puerta de Tagazut, fue trasladado
a Córdoba, al panteón familiar; Ibn Al-‘Arabî presenció su traslado y dice que
cuando fue colocado sobre una bestia de carga el ataúd que encerraba su cuerpo,
pusiéronse sus obras para que sirvieran de contrapeso en el costado opuesto.
Los puntos más
relevantes de su filosofía quedan claramente expuestos en su Gran Comentario de
Aristóteles, obra que fue compuesta en la segunda mitad del siglo XII. Ha
llegado a nuestras manos casi exclusivamente a través de versiones latinas o de
principios de siglo XVI, lecturas que han sido realizadas sobre traducciones
hebraicas; por su parte, el texto de Aristóteles, en el cual se funda el
Comentario, es una interpretación árabe de una traducción siria del original
griego.
En el primer grupo
de comentarios se sigue el texto original griego de un modo fidedigno,
habiéndosenos llegado tan sólo de este primer apartado los comentarios sobre las
Segundas Analíticas, sobre la Metafísica, el Alma y el Cielo. En el segundo
grupo, los comentarios son más breves y no cita por entero el texto originario
de Aristóteles. Por último, en el tercero, Ibn Rushd no reproduce el texto
aristotélico sino libremente resumido.
El Aristóteles de
Ibn Rushd está visto a través de la escuela alejandrina, especialmente de
Alejandro de Afrodisia y del sistema emanatista neoplatónico. Los puntos
fundamentales de esta obra, por su tremenda influencia ejercida sobre la
Escolástica de los siglos XIII y XIV –que desembocaría en la creación del
movimiento filosófico conocido por averroísmo-, serían los siguientes: Allah,
para Ibn Rushd como para Aristóteles, es puro acto y no conoce más allá de lo
que es necesario, universal e inmaterial, causado por El, y no ya las cosas
singulares de este mundo, que existe ab aeterno y que no es gobernado por su
providencia, pues entonces ésta sería la responsable del mal del mundo. Nos
hallamos, pues, ante un respetuoso destierro de Allah del mundo.
Así mismo, tanto
el intelecto activo como el pasivo, enunciados por Aristóteles, son separados
del alma individual y forman un solo intelecto común a todos los hombres. El
alma intelectiva no se multiplica con los cuerpos humanos, sino que es
numéricamente una y el hombre pertenece a su especie gracias al alma sensitiva;
por lo tanto, la unión del alma intelectiva y del cuerpo no da al hombre una
nueva unidad. El alma intelectiva es no una forma sustancial del cuerpo, sino
una forma separada de los individuos inmaterial, eterna, única para toda la
humanidad, y en contacto con las imágenes y los recuerdos del alma individual
sólo para ejercitar sus actos intelectuales y guiarle.
Si las personas
difieren entre ellas por su inteligencia y doctrina, la suma de las cogniciones
intelectuales permanece constante en el mundo, puesto que los conocimientos
científicos son eternos no generales ni corruptibles en sí mismos El alma, pura
sensibilidad animal y corruptible, muere, pues, con el cuerpo; de modo que no
hay inmortalidad personal ni responsabilidad moral alguna Siendo el intelecto
humano activo uno para toda la humanidad, una razón impersonal brilla en el
culmen de aquella y sólo ésta posee la inmortalidad ya antes referida.
La Humanidad y
la Ciencia son eternas, pero las almas humanas no sobreviven en este intelecto
fundidas con él y siguiendo su destino. En esta doctrina filosófica, casi de
panteísmo idealista, se admite la posibilidad del conocimiento místico intuitivo
de Allah, que se convierte en la suprema beatitud que el hombre puede logra en
esta vida.
No obstante, Ibn
Rushd mantiene la doctrina de la inmortalidad personal aunque exclusivamente por
el camino del Îmân (Facultad del corazón de intuir a Allah y abandonarse a Él),
dando con ello origen a un dualismo de conocimientos divino: mediante la via
philosophiae de un lado y de la verdad revelada o veritas, por el otro.
Otro de sus
postulados famosos es aquél según el cual ha estado el mundo moviéndose
eternamente y tiene un Eterno Movedor (muharrik), a quien el llama Allah.
Siguiendo con sus postulados, vemos que materia y forma son inseparables,
excepto para la mente, y hay una jerarquía que abarca a todos los seres y formas
existentes. La materia se halla en constante movimiento, mientras que el
intelecto permanece inmóvil y se percibe a sí mismo.
Pero creemos que
su principal contribución a la filosofía se halla en la defensa que de este
ejercicio hace con una convicción y claridad sin precedentes, aunque filósofos
de la talla de Ibn Bâchchach, Ibn Tufayl y Maimónides lo hubieran intentado
anteriormente, pero ninguno con su fluidez y belleza:
La filosofía es
hermana de leche del Dîn (Camino del Islam). No contradice a la revelación
(<<sharî’ah>>), sino que la confirma y, como tal, es tan válida como esta última
para llegar a la suprema verdad.
Estas opiniones se
encuentran cristalizadas en su Fasl al-makâl, Tahâful al-tahâful y otros
tratados. Nos dice:
Puesto que este
Dîn es la verdad y llama al estudio que conduce al conocimiento de la Verdad,
nosotros, la comunidad musulmana, sabemos con certeza que el estudio
demostrativo no conduce a conclusiones en conflicto con lo que la Escritura nos
ha enseñado, ya que la verdad no se opone a la verdad, sino que está de acuerdo
con ella y le sirve de testigo.
Su Fasl al-makâl
o Armonía entre el Dîn (Camino del Islam) y la filosofía es una obra que no fue
incluida en ninguna de las ediciones de las Opera Omnia, y permaneció inédita
hasta 1859, en que el arabista alemán M. S. Müller publicó en Munich el texto
original, según un manuscrito existente en la Biblioteca de El Escorial. De esta
versión alemana, realizada en 1875, León Gauthier hizo una francesa (Alger,
1905), y el P. Manuel Alonso, S.I., otra castellana (incluida en su obra
Teología de Averroes, Madrid-Granada, 1947, pp. 147-200). Existe una versión
hebrea medieval, que sigue inédita.
Se piensa que la
obra se escribió en 1175 aproximadamente. En ella Ibn Rushd se propone inquirir
si, según el Dîn (Camino del Islam) revelado, la especulación filosófica es
lícita o está prohibida. Desea invalidar en esta obra, y lo consigue plenamente
en su Destrucción de la destrucción, la campaña de Al-Gazâlî, quien, en nombre
de la ortodoxia musulmana, había condenado el cultivo de la filosofía. Nuestro
autor divide el tratado en tres partes:
En la primera, la
fundamental, el problema queda resuelto afirmativamente, a base de textos
coránicos que muestran cómo la revelación impone el estudio y la consideración
de los seres existentes por medio del raciocinio intelectual. En cuatro
corolarios, Ibn Rushd precisa: primero, que el estudio a que la revelación
invita es la más perfecta especie de especulación, la cual se obtiene mediante
la especulación apodíctica; segundo, que el recto uso de este género de
demostración implica el cultivo esmerado de la lógica implica el estudio de los
precursores, a saber, de los filósofos griegos; y cuarto que la demostración
apodíctica está reservada a los espíritus superiores, en tanto que el común de
los hombres se ha de contentar con pruebas dialécticas o, simplemente,
retóricas. La conclusión final de esta parte es que, si la revelación aconseja
la filosofía, hay que armonizar entre el Îmân (Facultad del corazón de intuir a
Allah y abandonarse a ËL) y la razón.
La segunda parte
resuelve los conflictos aparentes entre el Îmàn y razón, como, por ejemplo,
aquel conflicto existente entre el sentido literal de un texto revelado y una
verdad apodícticamente demostrada, apelando a la interpretación alegórica o
ta’wîl. Mas nos encontramos con que no todo el Corán es susceptible de ser
interpretado así. Hay partes que deben ser aceptadas en sentido literal y por
fe; otras deben entenderse en sentido alegórico, y otras más poseen un doble
sentido: literal y oculto, siendo este segundo sólo asequible a los filósofos
mediante el uso de la alegoría, en tanto que el primero sirve perfectamente para
inteligencias inferiores.
En la tercera
parte, afrima Ibn Rushd que la filosofía resulta el camino que Allah brinda a
los sabios para llegar a la verdad de la revelación, mientras que el camino
retórico es el apropiado para el vulgo, y el dialéctico para los polemistas a la
manera de los asaríes y los mutazilitas, dos sectas musulmanas. Así pues, Ibn
Rushd distingue entre tres categorías perfectamente diferenciadas de individuos:
la retórica, en la que entran la mayoría; la dialéctica, que es un campo expreso
de los estudiosos del Islam, y la élite formada por los filósofos. Los que
alegan que el empleo y estudio de la filosofía es una innovación (bid’ah),
porque no ha sido algo corriente entre los primeros creyentes, deben admitir que
el uso de la analogía (kiyâs) en la jurisprudencia es así mismo otra innovación,
del mismo modo que la que cometieron los mutazilitas, los cuales, como ya hemos
reseñado, introdujeron en el mundo islamizante la división y el odio a través de
sus falsas interpretaciones alegóricas.
No obstante, Ibn
Rushd tenía en todo momento presente al erudito musulman en general, y a
Al-Gazâlî en particular, principal sabio islámico, cuyos escritos estuvieron
prohibidos durante un largo período en Al-Andalus, y que fueron de nuevo vueltos
a la luz pública con los almohades. Había escrito Al-Gazâlî su Tahâfut
al-falâsifah (<<Destrucción de los filósofos>>), donde atacaba las pretensiones
de los filósofos de abarcar disciplinas más allá de su competencia. Del mismo
modo, criticó a todos aquellos que atribuían a al Islam lo que en realidad
pertenecía a las ciencias especulativas del tipo de las matemáticas o la lógica.
Es una obra que marca una etapa de pensamiento de Al-Gazâlî, quien, caído desde
el escepticismo, se había precipitado al ascetismo y había abrazado el
misticismo de los sufíes.
Veamos de modo
desarrollado y detenido el proceso de refutación que lleva a cabo Ibn Rushd con
respecto a Al-Gazâlî:
Al-Gazâlî no era
un sabio apegado a la letra de la verdad revelada, como tampoco Ibn Rushd,
aunque éste jamás se llegó a colocar fuera del islám, pues ambos estaban
convencidos de que el Corán contiene la verdad suprema, y ambos afirmaban que
había que comprender estos escritos sagrados, no sólo en un sentido puramente
literal, sino en el figurativo, y es aquí donde difieren ambos, pues para
Al-Gazâlî el sentido auténtico del libro sagrado se descubre por la vivencia
mística, por la intuición del corazón, y para Ibn Rushd es por medio de la razón
por donde se llega a la comprensión total del texto revelado.
En el escrito que
ya hemos documentado sobre la consonancia entre la Din y la filosofía, explica
Ibn Rushd que hay tres clases de hombres: los de la primera, que son los más
abundantes, sólo admiten pensamientos revestidos de conceptos tomados del mundo
material; los de la segunda clase, que ceden ante las persuasiones, y el tercer
grupo, que sólo se deja convencer por argumentos concluyentes.
Los escritos
sagrados emplean un método de expresión que es válido para estos tres grupos de
hombres. Para lograr esto, los escritos se cubren de conceptos imaginativos, y
su contenido jamás están en contradicción con la verdad resultante de los
principios convincentes del pensamiento.
La aplicación de
esta teoría le valió a Ibn Rushd la inmerecida fama de haber enseñado una doble
verdad. Esta, que interpreta todo el mundo latino sería: a las multitudes
ingenuas se les ha de hablar de religión, pero a los espíritus instruidos se les
ha de descubrir la verdad científica. Esta dualidad de conocimiento divino fue
formulado por Siger de Brabante y fue dada a conocer en la decadencia de la
Escolástica y en el Renacimiento, intentándose a través de ella la defensa de
los derechos de la razón sin renunciar, aparentemente, a la fe.
La línea de
separación que se debería trazar entre la fe de un filósofo (Ibn Rushd) y un
sabio familiarizado con la mística (Al-Gazâlî) es mucho más tenue: par Ibn Rushd
el texto revelado es una especie de alegoría que se tiene que interpretar de
modo lógico y racional. Para Al-Gazâlî es un símbolo que se puede comprender con
la razón, pero nunca llegar a sus últimas explicaciones. Por ello el creyente
sin formación filosófica quizás pueda sacar más provecho de esta verdad revelada
que el propio filósofo.
En aquella época
existían en muchos filósofos ciertas tendencias racionalistas, que podían
conducir al menosprecio del Dîn de la revelación. Un claro ejemplo sería Ibn
Tufayl, su amigo y protector, que se nos muestra en su novela utópica El vivo,
hijo del vigilante, conocida en la Europa del siglo XVII, y que ejerció una gran
influencia sobre determinadas sectas, entre ellas la de los cuáqueros, y tuvo un
resonante eco en el Robinson Crusoe. Se trata de la historia de un muchacho que
crece solo en una isla solitaria y descubre, gracias a la simple observación de
la naturaleza, a la reflexión y a los ejercicios espirituales inventados por él
mismo, las verdades más profundas, ocultas tras los símbolos de la religión
revelada.
Contra tales
tendencias filosóficas lucha Al-Gazâlî y no sermonea, para ello, contra los
filósofos desde el campo de la teología, sino que los combate en su propio
terreno, utilizando las distintas doctrinas y enfrentándolas las unas a las
otras para refutarlas. Llama a esto una destrucción de los filósofos. Ibn Rushd,
le replica en su obra Destrucción de la destrucción y denota su amargura por lo
ilícito de la actuación de Al-Gazâlî.
Existen estos
escritos en traducciones hebreas y en una traducción latina inexacta de
principios del siglo XIV. Ya hemos dicho que Al-Gazâlî, deseando reconstruir el
Dîn (Camino del Islam), había atacado el racionalismo empezando por el principio
de la causa. Precursor de Hume, había afirmado que percibimos la simultaneidad
pero nunca casualidad, la cual no es más que la voluntad divina, que une, en
relación de sucesión, a dos fenómenos. Las leyes de la naturaleza no existen o,
en todo caso, únicamente expresan un hecho habitual, pues sólo Allah es
inmutable. El hombre no llega a la perfección más que renunciando al ejercicio
de sus facultades racionales. Es, pues, la obra de Al-Gazâlî, una destrucción de
la filosofía y la ciencia en homenaje a la mística.
Ibn Rushd pone en
evidencia, en su réplica, todo el veneno escondido en el libro de Al-Gazâlî,
quien hacia responsable del alejamiento de toda religión a la ciega confianza en
los grandes hombres como Sócrates, Platón e incluso el mismo Aristóteles. Ibn
Rushd opone a esto que el Din de los filósofos consiste precisamente en rendir
a Allah el culto más sublime, es decir, el conocimiento de sus obras que conduce
a reconocerle a El mismo en toda su realidad. Y ésta es a los ojos de Allah la
acción más noble, mientras que la más vil sería la de tachar de error y vana
presunción a quien le adora con esta forma de religión, que es la suprema.
En cuanto a las
creencias populares sobre Allah, los Mala´ika (ángeles), etc., deben explicarse,
según nuestro autor, en un sentido espiritual, y tienen como efecto inducir al
hombre a la práctica de la virtud. Opina que, aunque el hombre comienza bebiendo
de creencias generales, cuando logra una manera de pensar más personal, en lugar
de despreciar todos y cada uno de los dogmas de las doctrinas en que puede haber
sido educado, debe tratar de interpretarlos en su más noble sentido; y cuando se
halle ante el dilema de que dos tipos de creencias religiosas se encuentran en
competencia, debe optar por la más sublime.
Por otra parte,
nos comunica que el Dîn (Camino del Islam ) no es una rama del conocimiento
reducible a proposiciones dogmáticas, sino que es una fuerza personal interna
propia de cada individuo; es una verdad individual distinta de la universal
científica, aunque no le sea contraria. Así, pues, el Dîn (Camino del Islam)) es
patrimonio de todos, pero la ciencia demostrativa lo es de unos pocos, capaces
de vivir constantemente en el difícil mundo de las ideas. La teología, mezcla de
ambas, es fuente de mal para las dos.
Así mismo, uno de
los problemas más debatidos entre los sabios del Isalm y filósofos es el que se
refiere a si el mundo ha tenido un comienzo temporal o no. Y vemos dos
interpretaciones enfrentadas entre sí, que intentan solventar la cuestión. Por
una parte, hallamos la versión coránica y bíblica de la creación del mundo, la
cual nos plantea el tema como de pura causalidad. De otro lado, tenemos la
griega filosófica, para la cual la relación entre el origen divino y el cosmos
es de simultaneidad.
Los filósofos no
discuten sobre la creación del mundo; ahora bien, su carácter de algo creado
sólo implica dependencia en el ser, en el sentido de que si desapareciera el
creador, desaparecería también lo creado, o sea, el mundo. Según esta opinión,
el mundo tiene comienzo, pero el suyo no es un conocimiento temporal, sino
jerárquico y lógico.
Frente a esta
interpretación, el mito de la creación temporal del mundo señala una distancia
inconmensurable entre lo perecedero y lo eterno. Tanto para el creyente como
para el filósofo, la diferencia entre la realidad absoluta de Allah y la
realidad relativa del mundo se expresa del modo en que todo es perecedero
excepto el Creador.
Los filósofos
aducían que no puede haber variación en la esencia divina: Allah es creador
desde la eternidad, pues si el mundo hubiese sido creado en un momento
determinado de la historia, Allah tendría que haber sufrido una transición desde
la potencia al acto, lo cual es imposible, ya que su esencia es inmutable.
Al-Gazâlî opone a
esto que no existe un tiempo anterior a la creación del mundo, sino que ha sido
creado a la par que éste. Allah existe tal y como es desde la eternidad, al
margen de todo el tiempo, y sus procesos cambiantes. Del mismo modo, existe el
mundo y el tiempo, pero no hay nada en este mundo que pueda afectar a Allah.
Desde su método de
análisis y su concepción como musulman, los filósofos tienen razón al decir que
Allah es creador desde la eternidad, pero que se equivocan al decir que el mundo
ha sido creado desde la eternidad –según Al-Gazâlî-. Pero los teólogos, por su
parte, están equivocados al adscribir al acto divino de la creación un momento
dentro del tiempo pues con ello trasladan al mismo Allah a la dimensión
temporal. No obstante, tienen éstos razón al hablar de un comienzo del tiempo
mismo. Todo sería como sigue:
El comienzo como
el fin del mundo no se pueden determinar en el tiempo están fuera de él, por lo
que la duración del mundo es imprevisible. Pero, frente a la eternidad ad nunc
divina, se convierte en un trecho limitado y finito. Esta es una comparación de
tiempo y eternidad de la transición, en la que se iguala a una dimensión
esencial con otra del mismo género, transición fuera del alcance de la
dialéctica filosófica y de la sistemática teológica.
Ibn Rushd coloca
su cosmología aristotélica frente a la concepción de que el tiempo ha sido
creado y necesita un comienzo. El tiempo no es sino la medida del primer
movimiento circular comprensivo del cielo, representando a su vez un estadio
intermedio entre lo que es eterno y lo que es efímero. Movimiento que es
expresión espacial del devenir que existe en la transición de la potencia que
constantemente se transforma en acto tiene que ser, por esta misma causa,
inagotable, o, lo que es igual, el mundo es perecedero en sus partes pero no en
sus fundamentos.
La circunstancia
de que el movimiento circular constante (que corresponde a la rotación de la
tierra sobre su propio eje) sea atribuido a la bóveda exterior del cielo no
perjudica la argumentación de nuestro Ibn Rushd; en el fondo mantiene su
validez, si sustituimos el movimiento circular sideral por otro movimiento
absolutamente constante, e infinito, así el movimiento de la luz, que desempeña
el papel de tal constante en la astronomía actual. Ibn Rushd argumentaría así:
la circunstancia de que el movimiento de la luz es siempre y en todas partes el
mismo, demuestra que la materia de la cual procede es eterna. En realidad, no se
puede demostrar la constancia absoluta de algún movimiento, ya que jamás vemos
más allá de un segmento espacial y temporalmente limitado del cosmos. Su gran
equivocación radica, pues, en extraer conclusiones sobre lo eterno, basándose en
lo perecedero, como si no existiera otro acceso a lo eterno.
Al-Gazâlî había
rechazado a priori toda la argumentación cosmológica poniendo en duda la propia
ley de causa y efecto, pues, según él, Allah no está sometido a tal ley cuando
actúa y puede hacer lo que auténticamente desea, y no está juzgando, como un
místico, o sufí, sino que se remonta sencillamente a la teología clásica de
Al-As’ârî, quien había desarrollado tal teoría hasta el punto del absurdo y
llegar a la afirmación incomprensible de que el fuego no arde porque el arder le
sea algo connatural, propio de su específica naturaleza, sino porque Allah, cada
vez que quiere, crea el ardor en presencia del fuego. Ibn Rushd se subleva, ya
que destrozar de este modo la ley de la casualidad equivale a negar toda
consecuencia del pensamiento.
Al fin y al cabo,
toda la discusión tiende hacia el problema de si el mundo es necesario o no.
Para los filósofos es necesaria su existencia, ya que toda necesidad de menor
categoría supone la necesidad de éste. Sin embargo, esta afirmación está en
contradicción con la libre voluntad divina, pues Allah no está forzado a nada,
ni a crear el mundo, ni a hacerlo tal y como es. Según Al-As’ârî, todas las
posibilidades son iguales ante su voluntad; El elige lo que desea, sin tener en
cuenta cuál tiene más ventajas sobre las demás.
Así pues, no
parece haber un acuerdo claro entre la posición filosófica y la teológica en lo
que atañe a la creación del mundo, y el papel que en ella juega un ser divino.
La teodicea de la mística islámica logra salvar el abismo entre ambas
concepciones. Para ésta, el mundo no es mas que una autorrevelación de Allah
(<<tayâllî>>), según la expresión divina transmitida por el propio Profeta
(<<hadîl kudsî>>): Yo era un tesoro escondido y deseaba ser conocido, entonces
creé el mundo. De lo cual se deduce que el mundo contemplado en sí mismo es
posible, ya que su existencia no depende de él mismo, pero desde la perspectiva
de Allah es necesario, ya que es expresión de la esencia divina, en la medida en
que ésta puede expresarse en formas finitas; así pues, nace simultáneamente de
la necesidad y de la libertad, ya que Allah es la libertad misma.
En relación con la
doctrina de las posibilidades, dice Muhrî-al Dîn ibn al-‘Arabî:
Desde el punto de
vista puramente lógico, es posible algo que igualmente puede suceder como no
suceder. Pero aquello que sucede en realidad, resulta de la esencia de la
posibilidad en cuestión, de lo que es su fondo atemporal, pues toda posibilidad
surge de la misteriosa autodeterminación (ta’ayyun) de lo absoluto y es como un
lugar en que éste manifiesta de un modo finito su realidad infinita.
Se afirma que en
Ibn Rushd la filosofía árabe alcanzó al mismo tiempo su apogeo y su fin. Y esto
puede ser así en tanto en cuanto que es el último gran pensador aristotélico en
el occidente islámico, y quizás el más puro de toda la filosofía árabe. Por ello
representa una orientación que se aparta de la línea iniciada por al-Farabî e
Ibn Sînâ, que tienden a la síntesis del pensamiento aristotélico con el
platonismo.
El desarrollo de
la filosofía islámica en el sentido aviceniano seguirá adelante en Oriente, y
mientras que el Gran Comentario apenas tuvo eco allá, pasó, no obstante, al
occidente cristiano, gracias a sus traducciones hebreas y latinas, donde
promovió una auténtica revolución en el pensamiento científico.
El mismo estaba
convencido de que toda la verdad accesible para el pensamiento humano estaba
contenida, en principio, en la doctrina de Aristóteles. Pero en un punto fue más
platónico que aristotélico, al suponer la naturaleza universal del espíritu.
Todo conocimiento
basado en el pensamiento o no, individual o genérico, o puramente cósmico, es
producido por una misma luz: el espíritu que es el que verdaderamente conoce en
todos los seres; sin su unidad sobrenatural no existiría ninguna verdad más allá
de la impresión puramente individual.
Partiendo de la
distinción aristotélica entre potencia y acto, que puede aplicarse a todo
proceso y suceso, Ibn Rushd concibe el propio acto de conocer como una
actualización (conversión en acto). Las formas de las cosas que yacen estériles
en la materia son sacadas a la luz por el espíritu, y sólo por él se convierten
en formas generales que pueden ser conocidas. Se transforman por él en unidad,
de modo que el espíritu es como una llama en la cual se iluminan las formas del
mundo en la misma medida en que la llama las consume.
Así, el alma, que
distingue al individuo como tal, aparece como forma temporalmente destacada de
la materia, por efecto del espíritu. Para los platónicos (Ibn Sînâ e Ibn al-Sîd
de Badajoz), las formas esenciales de todos los seres están contenidas ya
indistintas en el espíritu universal; se diferencian porque el espíritu es
refractado por el alma universal como un rayo de luz blanca que, al pasar por un
prisma, se descompone en un arco iris de colores. Este concepto está en
contradicción con el aristotéllico que hace derivar la forma de la materia,
pues, ¿cómo puede ser inmortal el alma que está ligada a la forma, según su
naturaleza? Ibn Rushd no responde a la cuestión; sólo dice que cree que el alma
es inmortal, pero que no puede demostrarlo.
La filosofía de
Ibn Rushd no se ha continuado en el Occidente musulmán; esto se halla en
relación con la victoria teológica escolástica y con el inaudito florecimiento
de la mística que vivió al-Andalus a partir del siglo XIII, y que llegó a su
máximo apogeo con el maestro máximo del Islam occidental, Muhyî-l-Dîn ibn
al-Arabî, cuya filosofía estaba basada en la interpretación mística del Corán, y
atrajo hacia sí todos los elementos contemplativos espirituales que contenía la
filosofía, particularmente el legado platónico; no en vano se le ha apodado a
Ibn al-‘Arabî, Ibn Aflahîn (hijo de Platón): la filosofía árabe-andalusí no ha
sido, pues, derrotada por los juristas, sino que se ha alojado en el océano de
la contemplación sufista de Allah.
Otra de las obras
de Ibn Rushd es la llamada De la Bienaventuranza del alma (De animae
beatitudine). Es un tratado del misticismo racionalista de la unión del
intelecto humano con el supremo inteligible. Por haber llegado a ser semejante a
Allah, el hombre es en cierta manera todos los seres y los conoce tal y como
son, puesto que los seres y sus causas no son nada fuera de la ciencia que de
ellos tenemos. En todo ser hay una tendencia a recibir una participación en lo
divino, en la proporción que conviene a la naturaleza.
Nos encontramos
ante la doctrina de la unión, que los sufíes llamaron el problema del nosotros y
del tú; pero mientras los derviches intentaron llegar a ella por mediación del
vértigo, Ibn Rushd proclama que no puede ser alcanzada sino con la ciencia, es
decir, elevando las facultades humanas a su potencia más alta. Allah es
alcanzado cuando el hombre, mediante la contemplación, rasga el velo que oculta
a las cosas, y se encuentra cara a cara con la verdad transcendente. El objeto
de la vida humana es hacer triunfar la parte superior del alma sobre las
sensaciones. Una vez alcanzado este fin, cualquiera que sea el Dîn que se
profese, se abren las puertas del paraíso. Pero tal felicidad se reserva sólo a
los hombres que perseveran en el difícil ejercicio de la especulación,
renunciando a lo superfluo, y ello muchos no lo consiguen sino en el momento de
la muerte, porque es una perfección casi siempre inversamente proporcional a la
del cuerpo, y la aptitud para ella no es igual en todos los hombres.
De entre las ideas
de Ibn Rushd, son notables las de la necesidad en el tiempo y en el espacio de
una inteligencia que contemple la razón absoluta, puesto que toda potencialidad
debe convertirse en acto. Solamente el hombre por medio de las ciencias
especulativas, goza de esta prerrogativa. El hombre y el filósofo son, pues,
igualmente necesarios en el plan del universo.
De esta obra se
han publicado varias ediciones completas en latín: la primera en Padua
(1472-1474) y la última en Venecia (1573-1575). Son muy apreciadas las de Giusti
(Venecia, 1550-1552).
En su faceta como
médico, podemos y debemos resaltar su aportación en el campo de esta ciencia.
Mostró un amplio interés por todo lo que estuviese relacionado con este campo,
escribiendo su Kitâb Kulliyât fî-tibb (<<El libro completo de la medicina>>),
traducido al latín en 1255 con el título de Colliget. Es una obra enciclopédica
en siete volúmenes, publicada en Venecia en 1482 (liber de medicina, qui dicitur
colleget). Se trata de una compilación que sigue muy de cerca el Canon de
Avicena.
Con todo, por la
abundancia del material acumulado, constituye un manual muy completo de medicina
que resume gran parte de las experiencias de su época en la esfera de esta
ciencia. Presenta particular interés el primer libro, que trata profundamente de
la anatomía del cuerpo humano, y es documento imprescindible para el
conocimiento del estado de la medicina entre los árabes. Fue considerado nuestro
médico por esta obra, como la mayor autoridad en medicina de la época. Aparte de
tratar de anatomía nos habla de fisiología, enfermedades y sus síntomas y curas,
comidas, medicinas y la conservación de la salud.
En ésta, escrita
cuando contaba 36 años, polemiza contra las particularidades, es decir, la
medicina que trata de forma separada cada uno de los miembros del cuerpo.
Aparte de este
compendio, escribió aproximadamente unas catorce obras médicas, siendo ocho de
estas resúmenes de las que escribió Galeno acerca de la mezcla, las facultades
naturales, enfermedades, fiebres, medicinas, curas, etc.
Junto con la
medicina estudió por estas fechas astrología, introduciéndose en este campo
gracias al Anagesto de Arzaquiel, del que hizo un compendio.
Sus aportaciones,
junto con las de Ibn Zuhr, Al-Razî y Al-Sinâ fueron traducidas al latín,
convirtiéndose todas ellas en obras clásicas para los eruditos. Unas se
emplearon en las universidades hasta el siglo XVI, e influyeron en el
pensamiento de Alejandro de Halle, Tomás de Aquino, Alberto Magno, Roger Bacon,
y otros más. Hasta los siglos XVI y XVII no llegó a desaparecer la influencia
andaluza cuando hombres como Copérnico, Vesalio, Galileo, y otros dieron una
nueva perspectiva y dirección a las ciencias.
Su Gran Comentario
fue tomado como modelo por Santo Tomás, quien siguió su sistema de exposición y
comentario, aunque refutara lo que consideraba errores y desviaciones de la
tradición peripatética, especialmente la unidad del intelecto humano. No
obstante, se mostró altamente respetuoso para el comentarista árabe.
Como ya hemos
dicho, hacia mediados del siglo XIII, casi todas las obras de Ibn Rushd habían
sido traducidas del árabe o hebreo al latín, y hacia finales del mismo siglo
comenzó a presentársele como un enemigo de la fe, combatiéndosele ferozmente,
sobre todo por Ramón Llull. Pero, sin embargo, entre los místicos medievales
encontró una acogida favorable toda su teoría, penetrando en la escuela
franciscana con Roger Bacon, Duns Scotto, Ockham, así como en la escuela de
París. Posteriormente encontró una acogida estable en la Universidad de Padua ,
especialmente con Pietro d’Albano, y en el siglo XVI con los Cremonini.
IBN TUFAYL
El filósofo autodidacta
Se ignora el año exacto del
nacimiento de Ibn Tufayl, aunque parece que no fue posterior a 1110. Se
tienen datos escasos a cerca de su vida. Su nombre completo era Abu Bakr
Muhammad ben ´Abd al-Malik ben Muhammad ben Muhammad ben Tufayl al-Qaysi, se
le suele añadir al-Andalusi, al-Qurtubi y al-Isbili. El nombre de Abu Bakr
es sustituido a veces por el de Abu Ya´far, aunque el nombre con el que pasó
a la Escolástica fue el de Abubacer.
Nació en Guadix, ciudad de la provincia de Granada. No hay datos
fehacientes ni sobre su familia, ni sobre su infancia y juventud. La obra
que conservamos de él muestra un estilo bastante elevado y una formación
enciclopédica. Nada se puede precisar en cuanto a sus maestros ni a los
centros de su especialización. Aunque probablemente realizó sus estudios en
Córdoba y Sevilla , y en otros centros de enseñanza de similar prestigio en
esa época en al-Andalus.
Dentro de su formación enciclopédica la primera faceta que hay que
resaltar es su formación como médico. Fue precisamente la que le sirvió
para situarse profesionalmente y la que le valió la protección de en la
corte como pensador y filósofo. Ejerció la medicina en Granada donde fue
médico de cámara del gobernador de la ciudad. Más tarde pasó a ser
secretario y médico del gobernador de Ceuta y de Tánger. Sus éxitos como
médico le abrieron las puertas de la corte del sultán Abu Ya´qub Yusuf. Este
le nombró su visir y su médico de cámara. Alcanzó tal prestigio ante el
sultán que si patrocinaba a alguien este entraría en la corte y así lo hizo
con Averroes. La presentación al califa la hace en 1169 y en 1182 Ibn
Tufayl renuncia a su cargo de médico de cámara del sultán a favor de su
protegido Averroes. Aunque mantiene el cargo de visir hasta su muerte en
1185.
Tuvo dos hijos pero ninguno fue célebre. De su vida se sabe poco más, a
través de los biógrafos se sabe de su protección a las ciencias y a los
sabios. Fueron discípulos de Ibn Tufayl: Averroes, Abu Bakr Bundud y Abu
Ishac al-Bitruyi, el célebre Alpetragius de los latinos .
Ibn Tufayl poseía una personalidad polifacética, sobresalía como
filósofo y como médico. Su principal obra conservada nos muestra a un
novelista notable, además fue astrónomo, metafísico y místico.
Averroes, al-Bitruyi,
al-Marrakusi e Ibn al-Jatib mencionan libros de medicina y de astronomía
escritos por Ibn Tufayl. Ibn al-Jatib en su Ihata refiere que compuso dos
volúmenes de medicina. Al-Marrakusi afirma haber conocido un original
manuscrito sobre metafísica. Aunque ninguna de estas obras se han conservado
.
La única obra de este autor que se ha conservado y que le hizo célebre
fue su novela filosófica Hayy ibn Yaqzan, conocida por el título de la
traducción latina Philosophus Autodidactus. Su título original es Risalat
Hayy ibn Yaqzan fi asrar al-hikma al-masriqiyya (Carta del Viviente hijo del
Vigilante sobre los secretos de la sabiduría oriental). Se conservan cinco
manuscritos al menos de esta obra.
La primera traducción se hizo al hebreo en 1349 por Moisés de Narbona
quien además hizo un comentario. En 1671 Eduardo Popocke la traduce al latín
y la publica junto con el texto árabe en Oxford, esta traducción será la que
más contribuya a su difusión en Occidente. En 1672 se traduce al holandés,
poco después al inglés. En 1674 un cuáquero, Georges Keith la traduce de
nuevo al inglés, esta obra fue tan popular que se convirtió en uno de los
libros de devoción de la secta cuáquera. En 1708 se vuelve a traducir al
inglés y en 1726 al alemán. Ha habido muchas traducciones a diferentes
idiomas incluidos el ruso y el urdu.
En 1900 León Gauthier publica una edición crítica del texto árabe,
cotejando los manuscritos conocidos. Al texto árabe le acompaña una buena
traducción francesa. Aparece una segunda edición en 1936.
Teniendo en cuenta la cantidad de traducciones que se han hecho de esta
obra resulta curioso que no apareciera ninguna traducción española hasta
1900 en que Pons Boigues publica la suya con el título de El filósofo
autodidacto de Abentofail, con prólogo de D. F. Menéndez Pelayo. Agotada
esta edición González Palencia hace una nueva traducción que lleva el titulo
de el filósofo autodidacto (Risalat Hayy ibn Yaqzan). Se publica en 1934 en
Madrid, utilizando el texto árabe de la primera edición de Gauthier.
Contenido de al-Hayy ben Yaqzan
Tanto el contenido como el estilo son más propios de un místico que de un
filósofo. La Risala se inicia con un prólogo. Primero se plantea la
diferencia entre intuición mística y conocimiento filosófico, da dos
opciones posibles: los que quieren profundizar en los que han llegado a la
santidad perfecta y disfrutan de la experiencia mística ; y los que quieren
profundizar en el método de los que investigan la verdad por la sola fuerza
de la razón. La primera opción le resulta inviable porque considera que la
experiencia mística no puede ser explicada porque quedaría desnaturalizada,
además considera la experiencia mística como una experiencia individual,
personal no colectiva.
En la introducción a este prólogo hace un cuadro general de la situación
de la filosofía en al-Andalus hasta su época. Se puede ver en ese cuadro la
escasez de filósofos, la falta de conexión orgánica entre ellos, no había un
espíritu de escuela, la hostilidad de los medios religiosos y jurídicos
hacia los que se dedicaban a la filosofía.
A continuación señala varias fases en la historia de la filosofía
andalusí, que llama “generaciones” siguiendo el criterio historiográfico
árabe. Estas son las fases:
1. ª fase: los matemáticos. Se pueden situar en el s.X , siendo su personaje
más sobresaliente el matemático Maslama.
2. ª fase: los lógicos. Se puede situar durante el s.XI y los primeros años
del siguiente siglo. Incluye a Ibn Hazm, Ibn al-Waqqasi y Abu Salt de Denia.
3. ª fase: Ibn Bayya. También da a entender que existía un núcleo de
notables filósofos andalusíes, entre ellos podía estar Ibn Sid de Badajoz
(1052-1127).
4. ª fase: los contemporáneos de Ibn Tufayl. No da nombres y ni siquiera
habla de sí mismo. Dice que aún están formándose, o han abandonado antes de
tiempo o no sabe nada de ellos.
Antes de concluir el prólogo menciona a algunos filósofos orientales. De
al-Farabi se distancia por motivos religiosos. A Avicena le considera un
excelente aristotélico. Con Algazel entabla una polémica aunque no se
distancia de él, en el fondo era el favorito de los almohades.
Cuando habla de su propia filosofía se declara seguidor de Algazel y
Avicena, también hay influencia de Ibn Bayya. Lleva a cabo una síntesis
entre filosofía y mística.
Cuando Ibn Tufayl explica la finalidad de la obra dice que pretende
explicar los criterios de al-hikma al-masriqiyya de Avicena. Sentía
verdadera admiración por Avicena. Al hablar de Algazel da la idea de que
era un místico que se perdía en elucubraciones filosóficas, lo que le
impedía llegar a la cima de la mística alcanzada por Avicena. Esto es
contrario a lo que pretendía Algazel, quien desconfiaba de las facultades
humanas, buscaba el esfuerzo del hombre para llegar a la unión mística con
Allah.
El juicio que le merecen sus predecesores andalusíes es muy
pobre. Aunque considera que entre ellos sobresalió Avempace le merece un
juicio muy inferior a Avicena y Algazel, pero si tiene en cuenta que llega
a la mística por medio de la especulación racional.
De toda esta introducción que Ibn Tufayl hace preceder a su libro, hay
dos cosas que conviene destacar: valiéndose de su situación privilegiada en
la corte almohade trata que la filosofía ocupe un lugar relevante en
al-Andalus porque sus fuentes eran grandes autores orientales como Algazel,
al-Farabi, Avicena, etc...; el otro punto es la idea de la fusión de la
abstracción aristotélica con la intuición mística neoplatónica- islámica que
encontró en Avicena.
La Risala de Ibn Tufayl plantea el problema de la posibilidad de una
generación espontánea. Pretende probar que la razón humana puede llegar por
si sola a las más altas cotas de su desarrollo, incluso en el aspecto
religioso místico independiente del ambiente social y hasta sin ayuda de la
revelación profética, por medio de la unión personal y directa con Allah.
Finalmente llega a la conclusión de la concordancia entre razón y fe.
Toda la historia de la novela se centra alrededor del personaje
principal, Hayy ibn Yaqzan. Nombre tomado de Avicena. De este personaje nos
cuenta dos versiones de su nacimiento. Una de ellas es que nació por
generación espontánea.
En cuanto a los que opinan que nació de la tierra, dicen que en el interior
de la tierra de esta isla había fermentado una especie de barro, en el cual, con
el transcurso de los tiempos y de los años, se habían combinado el calor y
el frío, la humedad y la sequedad en perfecto equilibrio y fuerzas
equivalentes;
la cantidad o masa de este barro fermentado era extraordinariamente grande,
y en ella unas partes superaban a otras, en cuanto a la templanza y propor-
cionalidad de la mezcla, y en cuanto a su aptitud para la generación del
mixto o compuesto. El centro de esta masa era lo más templado de ella y lo
más perfecto por su semejanza con la composición del cuerpo del hombre. Agitóse
este barro y produjose en él a manera de burbujas de agua hirviente por su
mucha viscosidad; formóse en medio de aquella masa un núcleo viscoso con una
pequeñísima burbuja dividida en dos compartimentos separados por un tenue
velo, llena de un cuerpo sutil y aéreo que se hallaba, en cuanto a la
temperatura, en el punto o límite que más le convenía. Uniósele al punto el
espíritu,........
La otra nos cuenta la
historia de un rey que tiene una hermana ella se casa en secreto con Yaqzan
y tiene un hijo, por miedo a su hermano le deposita en un cofre y lo deja en
el mar, las olas llevan al niño a una isla desierta.
Una vez solo el niño empieza a llorar y una gacela lo amamanta. Esta
le cuida y el niño va creciendo, va sintiendo la necesidad de protegerse del
frío y del calor. Se las ingenia para procurarse vestidos y alojamiento.
Aprende a domesticar animales salvajes. Descubre el fuego.
Muere la gacela y siente un profundo dolor, intenta salvarla por todos
los medios. Adquiere sus primeros conocimientos sobre biología y anatomía
localiza los pulmones y el corazón y concluye que murió porque algo abandono
su cuerpo. Se esta planteando el problema de la vida.
Se convierte en un gran naturalista. A los 21 años descubre que la
multiplicidad del cuerpo queda reducida a la unidad por el espíritu. Estudia
a todos los seres y ve que tienen características comunes y diferentes.
Obtiene la idea del cuerpo con sus tres dimensiones. Una vez descubierto el
reino animal, el vegetal y el mineral descubre los problemas metafísicos al
observar las estrellas y llegó a la conclusión de que el cielo también
estaba animado. Va subiendo los distintos grados de abstracción culmina a
los 35 años con el problema de Allah. Después de la decepción que sufrió
tras la observación del cuerpo decide preocuparse por el alma.
En su concepción filosófica Ibn Tufayl se aleja un poco del contexto
religioso islámico oficial, porque se plantea que la revelación no es
imprescindible. El protagonista de esta obra tiende a probar que la razón
humana es capaz de conseguir por si sola sin necesidad de revelación todo lo
que necesita para su felicidad a través de su unión con Allah.
Ibn Tufayl admite un principio vital independiente del cuerpo. Esta
creado por Allah y se funde con el cuerpo cuando este esta suficientemente
preparado. Llega un momento en que utiliza el término espíritu como
principio único y unificador de la pluralidad de los órganos corporales. Va
distinguiendo entre las distintas funciones corporales. En su estudio del
alma humana plantea que el último grado de perfección de los espíritus
corresponde a aquel que posee el mayor grado de equilibrio de todos sus
elementos.
El problema metafísico por antonomasia para Ibn Tufayl era la
existencia de Allah y la posible unión con él. Dedica el resto de sus
esfuerzos a descubrir la esencia del Ser Verdadero.
En este punto podemos observar la influencia de Avicena en la obra de
Ibn Tufayl , el final de la formación espiritual del protagonista de Hayy
ben Yaqzan coincide, punto por punto, con los grados de perfección
espiritual que indica Avicena.
Ibn Tufayl prosigue la historia. Hayy entra entonces en relación con
Absal, personaje con el que se encuentra de manera providencial. Vivía en
una isla vecina, en ella se había propagado una religión promulgada por uno
de los antiguos profetas. En la isla había dos hombres que abrazaron esta
religión. Porque eran practicantes se hicieron grandes amigos, eran Absal y
Salaman. Absal profundiza en el libro sagrado y trata de interpretarlo.
Salaman es literalista y abstiene de interpretarlo. Ambos siguen máximas
religiosas distintas. Para Absal a través del retiro y la soledad es
posible la meditación y eso permite dilucidar los símbolos del lenguaje
revelado. Para Salaman la felicidad reside en la vida en sociedad y el trato
con los demás.
Absal decide retirarse a una isla desierta. Se produce un encuentro entre
Hayy y Absal. En un principio se comunican por gestos. Absal le enseña las
lenguas que conoce, las ciencias y la religión. Muy pronto Absal se asombra
porque Hayy le descubre los secretos adquiridos durante su vida solitaria.
Se establece el acuerdo entre la razón y la tradición. Desde ese momento
Absal venera a Hayy. Se dedica a servirle, imitarle y a seguir sus
indicaciones para alcanzar la perfección.
Cuando Hayy conoce la religión encuentra sentido a su práctica pero no
entiende que el enviado de Allah hable con parábolas y símbolos. Tampoco
entiende por qué permiten los bienes no necesarios. Y empieza a desear ir a
la isla de Absal para convertirles. Van a la isla habitada. El jefe de la
isla es Salaman, y ha establecido como esencial para la religión, la vida en
sociedad y los actos religiosos comunitarios. Se considera ilícito el
retiro. Hayy reconoce su error, no puede enseñar a la muchedumbre. Si pueden
vivir con la palabra de los enviados y no desean más ha de dejarles así
porque no son capaces de más. Se despiden de Salaman y vuelven a su isla.
Vuelven a su retiro y Absal alcanza la altura de Hayy.
Ibn Tufayl nos da dos expresiones de la misma verdad: una simbólica para
el vulgo y otra exacta y pura para los selectos. Pero existe un retroceso en
su teoría, el hombre es un ser sociable por naturaleza.
IBN TUFAYL
Salvador
Gómez Nogales
Es uno de los pensadores
más famosos y polifacéticos del Islam andalusí. Su fama se debe a que su
doctrina y personalidad rebasan de contenido, ha sido traducida a infinidad
de lenguas. Es celebre Ibn Tufayl en el mundo árabe. Muy importante en el
campo de la filosofía, su obra se ha hecho clásica en el ámbito de la
literatura, hasta inspirar otras obras occidentales de renombre universal y
hasta convertirse en algo extraordinariamente representativo de la época en
que tocó vivir, sobre todo si se saben interpretar las claves históricas que
representan los personajes de su novela filosófica.
EL PRIMER NOVELISTA.
Se puede decir que es
el primer novelista de al-Andalus, y que representa un papel puente entre
los filósofos orientales y el mayor filósofo andalusí Averroes, aunque con
diferencias esenciales que a su debido tiempo señalaremos.
La desaparición del
califato de Córdoba originó la descentralización del poder hacia los
distintos reinos de taifas, con la dispersión de los valores culturales en
las diferentes cortes provincianas. Los almorávides, ante este florecimiento
de los talentos más independientes en los reinos de taifas, se dejan
influenciar por el rigor de los alfaquíes. Con esto parecía imposible que
pudiera aparecer en al-Andalus el fenómeno del misticismo de Ibn Tufayl.
Pero muy pronto los almorávides se ven frenados con la perdida de la
frontera superior. En el año 1118 Alfonso el Batallador conquista Zaragoza,
y ante la pérdida de esa frontera, los almorávides ven amenazada su
existencia.
Pero en ese momento
tiene lugar un acontecimiento que va a ser sumamente favorable al desarrollo
del talento y de las ideas de Ibn Tufayl. Aparece en escena Ibn Tumart, el
gran inspirador en Marruecos del movimiento de los almohades o “unitarios”.
Con respecto a las ideas de Ibn Tufayl los almohades son el polo opuesto de
los almorávides. Ibn Tumart, formado en Oriente, se había imbuido durante su
juventud de la doctrina de Algacel. A su vuelta al Magreb logra entusiasmar
a una serie de adeptos. A su muerte le sucede Abd al-Mu´min, quien adopta
una postura mesiánica y se apodera de todo Marruecos. Es, sin duda alguna,
el verdadero fundador de la dinastía almohade. Los mismos reinos de taifas,
acosados por los almorávides, ven con buenos ojos la venida de los nuevos
señores, a los que reclaman desde Sevilla, Córdoba y Granada. En 1146
desembarcaron en Ceuta, y desde Gibraltar se apoderan fácilmente de todo al-Andalus.
Pero la corte la establecen en Marrakech, donde, a imitación de Bagdad y de
Córdoba, se rodean de un equipo de sabios creando una atmósfera propicia
para la filosofía. La reivindicación de Algacel abría camino, a la vez, a
filósofos y místicos, tanto orientales como de al-Andalus.
DUDAS EN TORNO A SU
BIOGRAFÍA
Se ignora el año
exacto del nacimiento de Ibn Tufayl, aunque todo parece apuntar a una fecha
que no es posterior a 1110. Son muy escasos los datos que se tienen de su
vida, incluso algunos han de ser recogidos. El mismo al-Marrâkusî nos dice
de él que fue discípulo de Ibn Bâyyâ (Avempace (1070-1138)), pero este dato
es desmentida por Ibn Tufayl en su celebre novela, El filósofo autodidacto.
El nombre completo que
los historiadores atribuyen a Ibn Tufayl es todo un compendio de onomástica
árabe. Se denomina: Abu Bakr Muhammad ben Abd al-Malik ben Muhammad ben
Muhammad ben Tufayl al-Qaysî, lo cual significa que el nombre que recibió al
nacer fue el de Muhammad (ism.) Al llegar a ser padre de familia, se le dio
el sobrenombre correspondiente al nombre de uno de sus hijos (kunya), y así
se le llamo Abu Bakr (padre del Bakr), que parece del nombre propio. Como su
padre se llamaba Abd al-Malik, al nombre propio le sigue el de su padre, así
como el de su abuelo y el de su bisabuelo, Tufayl, todos ellos precedidos de
ibn (hijo de). A esto hay que añadir nombre patronímico (nisba) al-Qaysî, de
la tribu Qays, una de las más ilustres de Arabia. Juntando todos estos
nombres en forma indicada, podemos reconstruir el nombre completo de Ibn
Tufayl.
A todos estos nombres
se les suele añadir los siguientes: al-Andalusí, al-Qurtubí (el de Córdoba)
y al-Isbilí (el de Sevilla). Estos dos últimos patronímicos podrían indicar
o los sitios donde se formó o los lugares en los que desempeñó cargos
importantes. El nombre de Abu Bakr es a veces sustituido por el de Abu
Yâcfar, como ocurre en el manuscrito de Oxford editado por Pococke. Esto es
frecuente cuando un padre tiene varios hijos, que puede ser denominado por
cualquiera de ellos. El nombre por el que pasó a la Escolástica fue el de
Abubacer (Abu Bakr), aunque hay que reconocer que no fue de los más citados
en Occidente durante la Edad Media.
Los datos biográficos
que poseemos no nos permiten trazar un esbozo de calidad del personaje que
representamos ni como hombre, ni en su perfil político, ni en su formación
científica, ni acerca de sus maestros de filosofía. Casi lo único que se
puede hacer es un resumen de sus ideas, tal como aparecen en la obra que de
él nos ha quedado. Nace en Guadix, ciudad de la provincia de Granada que
debe su nombre al riachuelo que la baña, Wâdí Âs, afluente del Guadiana
Menor, que a su vez vierte sus aguas en el Guadalquivir. Toda la región
pertenece a la vertiente norte de Sierra Nevada y es una de las zonas más
ricas de Granada, que entre los árabes tenía fama de una gran fertilidad.
Ni sobre su familia,
ni sobre su infancia y juventud, poseemos datos fehacientes. La obra que de
él conservamos muestra un estilo bastante elevado y una formación
enciclopédica que dice mucho a favor de su formación intelectual. Pero fuera
de este dato positivo, nada se puede precisar con respecto a sus maestros ni
a los centros de su especialización. A juzgar por los calificativos con los
que es denominado, se puede asegurar que recibió sus estudios en los centros
de enseñanza más prestigiosos de la época en al-Andalus, como pudieran ser
los de Córdoba y Sevilla.
PRESTIGIO PROFESIONAL
Nos consta que Ibn
Tufayl, como es frecuente entre los filósofos musulmanes, tuvo una formación
enciclopédica. La primera faceta que conviene resaltar es su formación como
médico. Fue la que le sirvió para colocarse profesionalmente y la que le
valió la protección en la corte como pensador y filósofo. Ejerció la
medicina en Granada, donde fue médico de cámara del gobernador de la ciudad.
Más tarde pasó a ser secretario y médico del hijo del califa almohade Abd
al-Mu´min, que a la sazón era gobernador de Ceuta y de Tánger. Sin duda sus
éxitos como médico le abrieron las puertas de la corte del sultán Abú Yacqúb
Yúsuf (m. 1184). Este le nombró su visir y su médico de cámara. Su fama ante
el sultán cobró tanto prestigio, que bastaba una palabra suya para que la
persona apoyada por él fuese admitido por su patrocinador como poseedora de
la mejor recomendación. Así nos cuenta la historia que fue introducido ante
el visir el gran filósofo Averroes.
Esta recomendación de
Averroes y de otros sabios de la época por Ibn Tufayl ante el sultán ha
quedado consignada en la Historia de los Almohades de Abd al-Wahid
al-Marrakúsí. De este texto se deducen dos cosas: que el papel que desempeño
Ibn Tufayl en el desarrollo de la filosofía en al-Andalus fue importante, y
que acertó en el descubrimiento de la vocación filosófica de Averroes y en
su consagración como el gran comentarista árabe de las obras de Aristóteles.
Aunque sólo hubiese hecho esto en su vida, valía la pena consignarlo como
algo de gran trascendencia. Esta presentación de Averroes en la corte
almohade tuvo lugar en el año 1169, y en el 1182 tiene el gesto Ibn Tufayl
de renunciar a su cargo de médico de cámara cediendo su puesto a Averroes.
Lo único que conserva es el cargo de visir hasta su muerte en 1185.
Es asimismo
interesante comprobar como los sultanes de la dinastía almohade no sólo
favorecían a los grandes filósofos andalusíes, a pesar de las intrigas que
contra ellos se ejercían en ciertos sectores religiosos, sino que ellos
mismos; en cierto modo, se habían convertido en “falâsifa”. El testimonio de
Averroes en este sentido es bien explícito.
Este trato familiar
entre los sultanes almohades y los filósofos y hombres de ciencia
andalusíes, es de capital importancia para el desarrollo de la cultura en
Occidente. El pertenecer a la clase de los literatos o de los filósofos era
considerado como un alto privilegio. Y así vemos que el mismo sultán en
persona acude a los funerales de Ibn Tufayl al morir éste el año 581 h./1185
d. J.C.
Ibn Tufayl posee una
personalidad polifacética. Acabamos de ver que sobre sale como filósofo y
como médico. Su obra principal nos lo presenta como un novelista de
cualidades literarias nada vulgares. Es, además, astrónomo y raya a gran
altura como metafísico y místico. Todas estas facetas quedan de manifiesto
en el recuento de las obras que se le atribuyen.
Tanto Averroes como al
Bitruyí (el famosos Alpetragius de los latinos), al-Marrakusí e Ibn
al-Jatib, mencionan libros de medicina y astronomía escritos por Ibn Tufayl.
Averroes nos cuenta en su Comentario a la Metafísica de Aristóteles, que Ibn
Tufayl elaboró excelentes teorías a propósito de las hipótesis de Ptolomeo
sobre la estructura de las esferas celestes y los movimientos de los astros.
Abú Isaac al-Bitruyí
reconoce que había aprendido de Ibn Tufayl las ideas que le llevaron a
rechazar las doctrinas astronómicas de los epiciclos y excéntricas.
PHILOSOFUS AUTODIDACTUS
Ibn al-Jatib nos
refiere en su Iháta, que Ibn Tufayl compuso dos volúmenes sobre medicina.
Asimismo al-Marrakusí afirma haber conocido un original manuscrito sobre la
ciencia de la divinidad o la metafísica. Ninguna de estas obras ha llegado
hasta nosotros.
La única que se ha
conservado y que le ha hecho célebre, ha sido su novela filosófica Hayy ibn
Yaqzán, que es conocida por el título de la traducción latina Philosophus
Autodidactus. Su título original es: Risálat Hayy ibn Yaqzán fi asrár
al-hikma al-masriqiyya (Carta del Viviente hijo del Vigilante sobre los
secretos de la sabiduría oriental). Camiri comete el error de disociar el
título, desdoblando sus dos partes como si se tratase de dos obras
diferentes. Pero analizando el prefacio de la segunda parte, se descubre que
lo que se considera como una segunda obra no es más que la segunda parte de
la misma.
Hay criterios externos
que nos pueden ayudar para medir el valor de una obra y su influjo sobre
otros autores. Uno de ellos es, sin duda, el de sus traducciones. Cuantas
más diversas sean las áreas culturales a las que es traducida una obra, el
índice de su valor crece en proporción directa, esta obra de Ibn Tufayl es
una de las que más han sido traducidas a diversas lenguas, hasta el punto
de que Badawí ha llegado a afirmar que si se exceptúa la obra de Las mil y
una noches, no ha habido ninguna obra árabe que haya sido traducida a tantas
lenguas ni tantas veces como esta novela filosófica de Ibn Tufayl.
Se conservan cinco
manuscritos, por lo menos, de esta obra tan importante. Todos ellos fueron
estudiados en la edición crítica de León Gauthier, de la que se han hecho
numerosas ediciones.
Con respecto a las
traducciones, se hizo primero al hebreo en 1349 por Moisés de Carbona quien
además, hizo un comentario hebreo de la misma. Pero quizá la que más
contribuyó a difundirla en Occidente fue la que hizo al latín Eduardo
Pococke, publicada en Oxford junto con el texto árabe en el año 1671, con el
título que la ha hecho célebre y que refleja perfectamente el contenido de
la obra: Philosophus Autodidactus, sive Epistula Abi Jaafar ebn Tophail de
Hai ebn Yokdhan, in qua ostenditur, quomodo ex inferiorum contemplatione ad
superiorum notitiam Ratio humana ascendere possit. Ex Arabica in linguam
Latinam versa ab Edvardo Pocockio, Oxonii, A.D. 1671. En 1700 aparece la
segunda edición exactamente igual que la primera. La obra tuvo tal éxito que
al año siguiente, en 1672, fue traducida al holandés, con una segunda
edición en 1701. Poco después fue traducido al inglés por Ashwell. En 1674
tiene lugar una nueva traducción inglesa hecha por el cuáquero Georges Keith
y publicada en Londres. Esta obra llegó a hacerse tan popular que se
convirtió en uno de los libros de devoción de la secta cuáquera. Es un
índice más del valor religioso místico de la novela de Ibn Tufayl. Ocho años
más tarde, en 1708, el profesor de árabe de la Universidad de Cambridge,
Simón Okley, publica una nueva traducción inglesa, con la segunda edición de
la misma en 1731. El título es asi mismo bien significativo: The improvement
of human reason exhibited in the life of Hai ebn Yokdhan, griten by Abu
Jaafar ben Thophail. En 1726 es traducida al alemán por J. Georg Pritius,
con un título que alude de nuevo de nuevo al esoterismo de la obra: Der von
sich selbst gelehrte Weltweise. Fue publicada en Frankfurt. Y dentro del
mismo siglo, en 1783, es traducida de nuevo al alemán por J. G. Eichborn,
con el título de Der Naturmenssch, oder Geschichte des Hai Ebn Yoktan, y
publicada en Berlín.
Al llegar a este
punto, y antes de seguir con las traducciones, dada la popularidad que
adquirió esta obra en Occidente, y sobre todo en el mundo de habla inglesa
con las numerosas traducciones al inglés, valdría la pena preguntarse si las
aventuras de Robinson, publicadas en 1717 bajo el titulo de The life and
strange surprising adventures of adventures of Robinson Crusoe of York
tuvieron algo que ver con la novela filosófica de Ibn Tufayl. Cruz Hernández
así lo da a entender.
Prosiguiendo con el
tema de las traducciones, que es, sin duda, el que mejor nos refleja el
interés que por la obra se sintió en todo el mundo, este movimiento sigue en
vigor en pleno siglo XX. En el año 1900 León Gauthier publica una edición
critica del texto árabe, cotejando los manuscritos conocidos, con uno nuevo,
el de Argel, y anotando cuidadosamente las variantes. Al texto árabe le
acompaña una buena traducción francesa. En 1936 aparece la segunda edición,
que es la mejor que poseemos tanto del texto árabe como de la traducción
occidental hecha directamente del árabe al francés. En 1936 aparece la
segunda edición, que es la mejor que poseemos tanto del texto árabe como de
una traducción occidental hechas directamente del mismo árabe al francés. El
interés del mundo anglosajón por esa obra se refleja en una nueva traducción
inglesa hecha por P. Brönnle en 1904, aparecida en Londres con el título de
The awakening of the soul. En 1920 se traduce al ruso, y se edita en
Leningrado por J.Kuzmin. En 1955 la traduce al Urdu Z. A: Siddiqí y es
publicada en Aligarh. Y finalmente en 1956 B. Z. Frouzanfar la traduce al
persa siendo editada en Teherán.
Quizá resulte
sorprendente que, tratándose de un español, no hayamos hablado hasta ahora
de ninguna traducción español. Y, efectivamente, no puede hablarse de una
traducción española hasta una época bastante tardía, quizá porque lo árabe e
islámico no solía considerarse como una gloria nacional y quizá también por
aquella regla, bastante general, de que para apreciar lo español nos tiene
que venir de fuera la estima. El hecho es que hasta 1900 no aparece la
primera traducción española. Esta fue realizada por Pons Boigues con el
título de El Filósofo Autodidacta de Abentofail, novela psicológica
traducida directamente del árabe, con un prólogo de Menéndez y Pelayo. Junto
con la obra de Ibn Tufayl publica Pons la traducción española del Hayy ibn
Yaqzán de Avicena, con el que la obra de Ibn Tufayl está en estrecha
relación.
Agotada ya esta
edición de Pons Boigues, el célebre arabista Ángel González Palencia
reconstruye una nueva traducción, que se presenta en la colección de las
“Publicaciones de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y de Granada” en
el número 3 de la Serie B. Lleva el título del Filósofo Autodidacto (Rísalat
Hayy ibn Yaqzán). Se publica en Madrid en el año 1934 utilizando el texto
árabe de la primera edición de Gauthier.
POLÉMICA EN TORNO A GRACIÁN
Acabamos de ofrecer un
somero recuento de las innumerables traducciones hechas de esta obra de Ibn
Tufayl. Ni que decir tiene que una obra tan traducida ha tendido que ejercer
un gran influjo en la literatura occidental, aunque éste fuera tardío. No
puede decirse que su nombre figurase entre los preferidos por los autores
latinos medievales que tanto se dejaron influenciar por la cultura árabe. La
causa está, quizá, en que sus ideas filosóficas quedaron un poco
obscurecidas por las grandes figuras de Averroes, al-Farabi y Avicenas.
Sería prolijo detenerse en descubrir el influjo que ha ejercido en épocas
posteriores a través, sobre todo, de sus traducciones. De todos modos
valdría la pena dedicar un estudio especial al tema que, de momento, nos
rebasa totalmente dada las características limitadas del presente trabajo.
Creemos, sin embargo, que debemos informar a nuestros lectores de un caso de
influencia en la literatura española que ha levantado bastante polémica.
Ya en el s. XVIII el
padre Jesuita Bartolomé Pou, había descubierto el gran parecido que existía
entre la obra de Ibn Tufayl y los primeros capítulos de El Criticón de
Baltasar Gracián. Menéndez y Pelayo estudió determinadamente este
paralelismo en el prólogo a la traducción de Pons Boigues. El problema no
era tan fácil, pues Gracián no conocía el árabe, y la traducción latina de
Pococke no se publicó hasta 1671, veinte años después de la primera edición
de la primera parte de El Criticón, aparecido en Zaragoza en 1651. Todo esto
dejaba pendiente el medio de transmisión.
Los críticos se han
dividido en dos bandos: Emilio García Gómez cree que la fuente de Garcián es
el Cuento del ídolo del rey y su hija, relacionado con la historias
fabulosas de Alejandro Magno, que debía de ser popular en toda España, y
utilizado en forma alegórica. Cruz Hernández se inclina por esta hipótesis
de García Gómez.
Si tan sólo se tratase
de las fuentes de Gracián, quizá la polémica hubiese pasado inadvertida.
Pero hay un argumento en la exposición de García Gómez y de González
Palencia que pretende desacreditar las tesis contrarias de Gauthier. Todo
ello ha provocado una replica tanto de Gauthier como, sobre todo, de Badawi,
que apoya su teoría en un texto de los Prolegómenos de Ibn Jaldún. Badawi
ataca durante las hipótesis de García Gómez y se muestra algo más benévolo
con la postura de Cruz Hernández. Reconoce que en un principio se inclinó
con las tesis de su compatriota García Gómez:” Pero su argumentos no afectan
al fondo del problema, y llega hasta suponer que la fuente común de Ibn
Tufayl sería “una versión popular de alguna antigua leyenda que habría sido
conocida en el mundo helénico alejandrino”. De todos modos, habría que
buscar su origen en Persia o en la India, muy cerca de donde vivía Avicena”.
“Después, en su Historia de la Filosofía Española, renuncia felizmente a su
defensa y a la hipótesis totalmente gratuita de García Gómez, y se somete a
las razones invocadas por Henry Corbin, que, al mostrar que el texto de Hayy
Ibn Yaqzán de Ibn Sina, y tal como fue publicado por Mehren, es el mismo que
era leído y comprendido en el medio ambiente de Avicena, disipa todas las
dudas que han podido ser emitidas en relación con la autenticidad de la
Risala de Hayy Ibn Yaqzán, en su texto publicado por Mehren”. Para Badawi el
texto de Corbin resume y dirime todos los datos principales del problema. Y
termina Badawi todo este incidente con las siguientes palabras: “Suscribimos
esta conclusión. Añadimos a estos argumentos el hecho de que Ibn Jaldún,
como él mismo confiesa, escribió sus Prolegómenos de memoria. Este lapsus se
debe, pues, a un fallo de su memoria, lo que ocurrió muchas veces en este
libro”.
Aun suponiendo, en el
pero de los casos, que no se pudiese probar la originalidad del argumento
porque estuviese basado en obras de la cultura griega, e incluso de la
persa, con todo, lo que no se puede negar, es que por primera vez se realiza
el desarrollo del mito en un contexto filosófico y en el ambiente de la
cultura islámica. Esto ha hecho que muchos consideren la obra de Ibn Tufayl
como la más original de la Edad Media. Así lo reconoce D. Marcelino Menéndez
y Pelayo en el prólogo a la traducción española de Pons Boigues.
De todos modos, el
punto de la originalidad queda perfectamente perfilado en la introducción de
Gauthier a su edición crítica, precisamente en el contexto de su polémica
con García Gómez.
EL CONTENIDO DEL
PHILOSOPHUS
Vayamos ya al
contenido de esta obra filosófica. Esta va dirigida a un corresponsal de
Ibn Tufayl, tal vez ficticio, que le pide le releve los secretos de la
filosofía oriental: “Me has pedido, hermano sincero (Dios te de la
inmortalidad eterna y te haga gozar la perpetua felicidad) que te releve
cuanto pueda de los secretos de la sabiduría iluminativa, mencionados por el
maestro y príncipe de los filósofos Abu Alí ben Sina (Avicena)”.
Con esto es evidente
la finalidad preferentemente filosófica de la obra, pero no de una filosofía
cualquiera, sino de aquella que tiene bastante que ver con la mística. Tanto
el estilo como el contenido se dirían propios, más que de un filósofo, de un
místico.
Antes de entrar
directamente en la novela, Ibn Tufayl tiene un prólogo que es sumamente
aprovechable, tanto para percibir el conocimiento que los filósofos
andalusíes tenían de los filósofos orientales, como para percatarnos de
cuáles fueron las fuentes de Ibn Tufayl manejó para sus ideas
filosófico-místicas. Ante la valoración que hace de sus antepasados, es
fácil calibrar la conciencia que él mismo tiene del cambio tan trascendental
que se está realizando en al-Andalus con la filosofía, tal como la tendieron
sus predecesores y tal como él mismo la concibe.
ADMIRACIÓN POR AVICENA
De todos modos, no se
puede decir que sea el mismo juicio el que le merece al-Farabi que el de
Avicena. El conocimiento que tenía de al-Farabi en al-Andalus, y del que de
hecho tenía Ibn Tufayl, es bastante grande y muy anterior a la introducción
de Avicena. El mismo Ibn Tufayl nos dice: “En cuanto a los libros de Abu
Nasr al-Farabi que han llegado hasta nosotros, la mayor parte de ellos se
refiere a la lógica”. Pero el juicio que le merece al-Farabi a Ibn Tufayl es
bastante menos favorable que el que le merecía a Averroes, y todo más bien,
por motivos religiosos. Para Avicena no tiene más que alabanzas, mientras
que para al-Farabi todo son reservas.
Cuando Ibn Tufayl
explica a su supuesto destinatario la finalidad de su obra, le dice que no
es otra que explicarle los misterios de la al-Hikmat al-Masriqiyya (la
sabiduría oriental) de Avicena. El que Avicena fuera su gran inspirador nos
lo afirma expresamente: “El estado del que acabamos de hablar, y cuyo gesto
nos ha impedido a experimentar tu pregunta, es del número de los que ha
señalado el maestro Abu Ali (Ibn Sina (Avicena))”. Hay que reconocer que Ibn
Tufayl es uno de los mejores conocedores que hay en al-Andalus de las obras
de Avicena.
Puesto que estamos
refiriendo el puesto que ocupó Avicena en el sistema de Ibn Tufayl, tenemos
que decir que es verdadera admiración lo que siente por él. En su estima,
ninguno de los filósofos musulmanes orientales o andalusíes, ni siquiera el
mismo Algacel llegaron a la cumbre a la que logró encaramarse Avicena. En él
ve la síntesis de la Verdad Absoluta alcanzada por los dos caminos de la
especulación racional y de la intuición mística.
Otro de los maestros
que considera Ibn Tufayl como inspiradores de su sistema es Algacel. La
opinión que de él tiene no acaba de verse con toda claridad. Por un lado, se
ve que no llega a la altura de Avicena en su opinión, y que además tiene
cosas que no acaban de agradarle. Pero por otro lado, no puede ignorar que
Algacel era el ídolo del fundador de la dinastía almohade, Ibn Tumart, la
que entonces regía los destinos del Magreb y al-Andalus. Hubiese sido
sumamente sospechoso echarse totalmente en manos de los filósofos
orientales, que no gozaban de gran simpatía entre los jefes religiosos del
Islam, cuando podría encubrirlos con lo que había de filosofía en Algacel,
aproximándolo, por otra parte, con lo que de misticismo contenía
Avicena.
En al primera
enumeración de los maestros que propone a su pupilo, el destinatario de su
novela, presenta a Algacel de esta manera un poco sorprendente: “En cuanto
al maestro Abú Hámid (Algacel) ha hecho a este estado, cuando lo consiguió,
la aplicación del verso siguiente: Lo que es, yo no sabría decirlo. Piensa
que es un bien y no quieras aprehender nada de él. Pero este filósofo era un
espíritu refinado por la educación literaria y fortificado por la cultura
científica. El tono de la frase parece estar destinado a dar una idea de
Algacel como la de un místico que se perdiese en las elucubraciones
filosóficas, impidiéndole llegar a la cima de la mística alcanzada por
Avicenas. Esto, ciertamente va encontra de lo que realmente pretende ser el
mismo Algacel, quien desconfía de las facultades humanas, con el fin de que
el hombre haga un esfuerzo para conseguir la unión mística con Allah.
Todo esto podría hacer
que Ibn Tufayl desconociese la verdadera obra de Algacel. Pero la
enumeración que hace de sus doctrinas y el juicio que de él emite, se ve
claramente que es bastante grande el conocimiento que tiene de sus obras, y
afirme en ocasiones que éstas están plagadas de enigmas ininteligibles. En
otros momentos expone todo un juicio sobre los escritos de Algacel con una
afirmación sorprendente de que sus obras esotéricas no llegaron a
al-Andalus.
Por si estas
observaciones fuesen pocas para quitar valor a su obra lanza sobre él, como
dicho por algunos autores, la idea de que Algacel está totalmente en contra
de la unicidad de Allah defendida por el Islam.
Y termina con una
frase que, sin quitar nada de los deméritos que ha lanzado contra él, podría
estar dirigida a sus patrocinadores almohades, para los que Algacel gozaba
de una gran simpatía: “No dudamos de que el maestro Abú Hámid (Algacel) sea
de los que han gozado de la bienaventuranza suprema y de los que han llegado
a estos grados sublimes de la unión. Pero sus escritos esotéricos que
contienen la ciencia de la intuición extática no han llegado a nosotros”.
Con todo lo que hemos
aducido podemos asegurar que Ibn Tufayl conoce perfectamente las obras de
Algacel. Hay una ausencia que podría llamar a la atención como ignorancia de
una de las obras clásicas y que tuvo gran aceptación en el Occidente Latino.
No se encuentra en Ibn Tufayl ninguna alusión a los Maqásid (Intenciones de
los Filósofos), texto que es más una refutación de los filósofos que una
exposición de sus propias ideas.
Como resumen del
pensamiento de Ibn Tufayl yo suscribiría plenamente la valoración que de él
hace Cruz Hernández.
LA MÍSTICA IMPRESCINDIBLE
PARA LA FILOSOFÍA.
Siguiendo la lista de
las fuentes de Ibn Tufayl reconoce en el prólogo como inspiradoras de su
pensamiento, el juicio que le merecen sus predecesores andalusíes es
bastante pobre. La filosofía en general es bien poco lo que puede enseñar a
su pupilo mientras no vaya unido a la intuición mística: “No creas que la
filosofía que ha llegado hasta nosotros en los escritos de Aristóteles, de
Abú Nasr (al-Fárábí) y en el libro del Sifá (de la Curación), satisfaga al
deseo que tú tienes”.
Pero si ni la
filosofía de Aristóteles ni la de los filósofos musulmanes orientales puede
servirle de gran cosa para sus intuiciones místicas, de mucha menor utilidad
le serán las investigaciones filosóficas de los andalusíes. El juicio de Ibn
Tufayl sobre ellos es bien pobre y lo confirma en lo dicho de uno de ellos:
“Para mí es una aflicción el que las ciencias humanas no sean más que dos, y
no más: una verdadera, imposible de adquirir, y otra fácil, cuya adquisición
no reporta ningún provecho”.
El autor que se
refiere Ibn Tufayl es el poeta Abú-l-Walíd al-Waqqásí (1017-1095), de Huecas
(Toledo), autor de la celebre elegía a la pérdida de Valencia, que figura en
la Crónica General de Alonso el Sabio. La ciencia que considera vana e
inútil es la lógica y las matemáticas, que los mismos filósofos
peripatéticos consideraban como propedéuticas, puramente formales y
desprovistas intrínsicamente de una objetividad concreta. En cambio, la
ciencia a la que cree que no puede tener acceso es la física y, sobre todo,
la metafísica o ciencia de las cosas divinas. El mismo al-Waqqásí cita entre
los introductores de la lógica en al-Andalus, a Ibn Hazm, Abú Salt y otros,
que son, sin duda, a los que se refiere Ibn Tufayl como formando una
generación intermedia.
Reconoce que más tarde
hubo pensadores de más altura en al-Andalus, que abrieron camino hacia la
verdad. Entre ellos el único que sobresalió algo para Ibn Tufayl es
Avempace. A pesar de estos elogios, el juicio que le merece Avempace es muy
inferior al de los grandes maestros Avicenas y Algacel, lo cual no basta
para que encuentre en él algo que pueda ser útil para su pupilo: el llegar a
la mística por la vía de la especulación racional. A pesar de esto, siempre
encontró Ibn Tufayl en Avempace, ciertas deficiencias en lo que no es
puramente especulativo.
En otro lugar le
reprocha Ibn Tufayl su desprecio por los sufíes, y vuelve de nuevo a
censurarle porque su vida mundana y riquezas no estaban de acuerdo con la
intuición mística de los bienaventurados.
Este es, más o menos,
el cuadro que Ibn Tufayl nos traza del único andalusí que, según él, se
salva de la mediocridad. Efectivamente las pinceladas con las que describe a
los demás maestros andalusíes, están destinados a que su pupilo no espere
nada de ellos: “En cuanto a sus contemporáneos, que alcanzaron su mismo
nivel, no hemos visto ninguna obra que ellos compusieran. Finalmente los que
vinieron después de ellos, nuestros contemporáneos, están aún en vías de
desarrollo o se detuvieron antes de haber llegado a la perfección o bien no
tenemos aún conocimiento de su verdadero valor.
Todo esto le permite
tomarse la libertad de componer un libro que contenga su propia experiencia
especulativa y mística y que le sirva a su pupilo para alcanzar las cimas de
la Verdad y de la unión con Allah. He aquí el programa que se propone
presentarle: “Entonces nos preció que estábamos en condiciones de decir
alguna cosa valiosa. Y decimos que tú serías el primero al que le haríamos
el regalo de lo que poseemos y a quién se lo expondríamos, a causa de tu
sólida amistad y de tu sincero afecto. Queremos hacerte seguir los caminos
que nosotros hemos recorrido antes que tú, hacerte nadar en el mar que
nosotros hemos atravesado, en fin, que tú llegues adonde nosotros hemos
llegado, que veas lo que nosotros hemos visto, que tú experimentes por ti lo
que nosotros hemos experimentado. Si tomas sinceramente esta determinación,
cuando llegue la aurora te regocijaras de tu viaje nocturno, recibirás la
recompensa de tus esfuerzos. Voy, pues, a contarte la historia de Hayy ben
Yaqzán, de Absál y de Sálamán, los cuales recibieron sus nombres del maestro
Abú ´Alí (Avicenas). Y puede servir de ejemplo para los que sepan
comprender, de advertencia para todo hombre que tenga un corazón, o preste
su oído y vea”.
De toda esta
introducción que Ibn Tufayl hace preceder a su novela, hay dos cosas que
conviene destacar: con una gran habilidad, y prevaliéndose de la situación
de favor de que gozaba en la corte almohade, trata de que la filosofía tome
carta de ciudadanía en al-Andalus. De hecho, sus fuentes son los grandes
filósofos que le han precedido: al-Fárábí, Avicena, Algacel y, en menor
escala, Abú Bakú y los demás andalusíes que le han introducido en el arte de
la lógica.
Pero hay una segunda
nota que va a quedar como distintivo de la filosofía musulmana: la
especulación filosófica, digamos la pura razón, no vasta para la adquisición
de la Verdad Absoluta. Para eso hace falta llegar a un estado especial de
reunión mística con Allah, a través de la unión con el Entendimiento Agente.
Se trata de una fusión entre el ejercicio de la razón al estilo de la
abstracción aristotélica, y el grado supremo de la intuición metafísica, que
es una mezcla de la visión neoplatónica y de la unión con Allah, adquirida
en las experiencias religiosas de la fe islámica. Para Ibn Tufayl el ideal
de esta fusión de la abstracción aristotélica con la intuición mística
neoplatónica-islámica, lo encuentra en Avicena. Pero con frecuencia se
olvida que Avicena lo aprendió de al-Fárábí, tal como hemos tratado de
probarlo en nuestro libro sobre el “Segundo Maestro”, como les gustaba a los
árabes denominar a al-Fárábí. El conocimiento que Ibn Tufayl tenía de
al-Fárábí pudo ayudar a recargar las formulas avicenianas con rasgos de la
síntesis alfarabiana.
Algacel hizo un
esfuerzo por acercarse a esa fusión. Pero Ibn Tufayl intuye el fallo del
místico oriental, que se basa en su destrucción de la filosofía por un lado,
y en el lastre racional que recorta su vuelo hacia la intuición mística. Si
Ibn Tufayl no rechaza plenamente a Algacel que reina en la corte almohade,
le obliga a hacer equilibrios entre la fusión fundamental que permanece en
Algacel y su formulación insuficiente, tal y como aparece en su obra
escrita. Todo ello hace que nos confirmemos, una vez más, en lo que hemos
considerado como una de las notas más originales de la filosofía musulmana:
ésta no es una filosofía aséptica. La intuición mística, mitad neoplatónica
y mitad religiosa-islámica, le da un tinte especial a la filosofía árabe que
la distingue de la helénica y va a servir de puente para que la Escolástica
encuentre, ya hecha, una filosofía que le sirva de soporte para la
racionalización del hecho religioso cristiano.
TRES FINALIDADES DEL MITO
Finalizada esta
introducción, que es tan fructuosa para conocer cómo la filosofía va
adquiriendo su madurez en al-Andalus, comienza Ibn Tufayl a desarrollar el
asunto de su novela en un mito que le va a servir para plasmar su sistema en
una serie de personajes que sintetizan las diferentes clases sociales de
al-Andalus.
Tres serían las
finalidades del mito. Por una parte plantearse el problema de la posibilidad
de una generación espontánea. En segundo lugar, probar que la razón humana
puede llegar por sí sola a las más sublimes costas de su desarrollo, incluso
en el aspecto religioso místico, independiente del ambiente social, y hasta
sin la ayuda de la revelación profética, por medio de una unión personal y
directa con Allah. Y finalmente, llegar a la conclusión de la concordia
entre la razón y la fe, siempre inclinando la balanza más hacia el esfuerzo
personal de la experiencia religiosa, que hacia las formulaciones simbólicas
y literales de los libros religiosos, o incluso las lucubraciones
filosóficas que no permiten atrapar con justeza la experiencia mística,
dadas las limitaciones del lenguaje humano: “Resulta claramente de lo que
precede de tu demanda no puede pretender más que uno de los dos fines
siguientes: o bien tú deseas conocer lo que ven los hombres que gozan de la
intuición , del gusto, y que han llegado a la fase de la familiaridad con
Allah, o bien tú deseas conocer esta cosa según el método de los
especulativos. Pero eso es más raro que el Azufre rojo. Incluso los que han
recibido alguna parte de ello no han hablado de ello a las gentes más que
por enigmas, atendiendo a que la religión ortodoxa, la Verdadera Ley,
prohíbe entregarse a ella y pone en guardia contra la misma”.
Siempre queda en pie,
sin embargo, el esfuerzo de Ibn Tufayl por aunar la investigación
especulativa con la intuición mística. Narremos brevemente los hechos que
constituyen la trama de la novela y que, como el mismo Ibn Tufayl dice,
tiene como finalidad principal introducir a su pupilo en las experiencias de
que él mismo ha disfrutado.
Toda la historia de la
novela se centra alrededor del personaje principal, cuyo nombre es Hayy ibn
Yaqzán (El Vivente Hijo del Vigilante). Nombre que está tomado de Avicena.
De él nos cuenta que hay dos versiones sobre su nacimiento. Una de ellas que
nació por generación espontánea. Es maravillosa la descripción que hace del
modo de producirse esa generación que nos da una idea de sus conocimientos
biológicos. Poco a poco se van formando los distintos miembros hasta que el
organismo está capacitado para que se le una el alma, tal como lo supone el
Corán. Todo ello significa un poder de observación grande y una
experimentación muy valiosa. Toda la acción se desenvuelve en una isla , en
la que Hayy nace sin padre ni madre. El niño, privado de alimento y
constreñido por el hambre, se puso a gritar desesperado. Pasó por allí una
gacela que había perdido su cría y respondió a su llamada.
Como esta historia,
según muchos, falla contra la las ciencias naturales, en las que no consta
la posibilidad de la generación espontánea, hay otros que la cuentan de la
siguiente manera: “Existía una vez una isla importante, rica y populosa.
Reinaba en ella un rey altivo y envidioso. Tenía una hermana a la que le
impedía que se casase. Uno a uno le iba descartando todos sus pretendientes,
por que los consideraba indignos del matrimonio con su hermana. Un vecino
suyo por nombre Yaqzán, autorizado por la religión de su país, la desposó en
secreto. De él tiene un hijo la hermana del rey, lo amamanta, pero por miedo
a su hermano, lo encierra herméticamente en un cofre. A la puesta de sol,
rodeada de servidores y amigos lo lanza a las olas del mar, quemándosele el
corazón entre el amor y el odio. Las olas transportaban el cofre a una isla
vecina y desierta. El mismo batir de las olas descuartiza el cofre, cuando
éste arriba a la orilla. El niño, al abrirse a la intemperie, prorrumpe en
llantos. La gacela que ha perdido su cría, se acerca, lo amamanta con su
leche, lo cuida y lo defiende contra todo peligro”. Y aquí las dos historias
se funden en una.
Bajo los cuidados de
la gacela y amantado por ella crece y se desarrolla en estado puramente
animal y conviviendo con los animales. Poco a poco va evolucionando con
módulos racionales. Conforme va creciendo va viendo la necesidad de defender
su cuerpo contra el calor y el frío. Esto hace que se las ingenie para
procurarse vestidos y alojamiento. Se siente impedido interiormente para
domesticar de animales salvajes. Muere finalmente la gacela y Yaqzán
experimenta un dolor de muerte. Por todos los medios ve si la puede salvar.
Estudia anatomía, y en el decurso de la inspección, descubre el papel del
corazón en el mantenimiento del cuerpo. Vale la pena ir siguiendo las
experiencias que realiza con motivo de la muerte de la gacela, que le lleva
a adquirir sus primeros descubrimientos científicos en el orden biológico y
anatómico.
Después de grandes
dificultades por falta de instrumentos, encontró primero los pulmones, pero
se convenció de que allí no estaba el órgano principal que buscaba y que, en
cambio, debía de estar en el centro. Efectivamente allí lo encontró, entre
los dos pulmones, y se convenció de que este era el órgano que buscaba.
Abrió el corazón y percibió en él dos cavidades, una a la derecha y otra a
la izquierda. La de la derecha estaba llena de sangre coagulada, la de la
izquierda estaba absolutamente vacía”.
Con todo esto llegó a
la conclusión de que este órgano no podía ser la causa de la defección,
aunque reconoció toda su importancia. La causa tenía que ser algo que,
teniendo como receptáculo el corazón, lo había abandonado. “De esta manera
el habitante de este lugar lo había abandonado antes de haber sufrido
ninguna degradación, y se había abandonado antes de haber sufrido ninguna
degradación, y se había ido cuando aún estaba intacto, y no era probable que
volviese allí más, ahora que estaba tan estropeado y deshecho”. El resultado
de esta investigación fue un gran desprecio por el cuerpo.
LA ACCESIS HASTA LA
DIVINIDAD
Con todas estas
experiencias de disecciones de cadáveres de gacela y otros animales se
convirtió en un gran naturista. A los 21 años descubre que la multiplicidad
del cuerpo queda reducida a la unidad por el espíritu. Estudia todos los
seres y ve que tienen caracteres comunes y diferentes. Obtiene la idea del
cuerpo con sus tres dimensiones. Se le manifiestan las propiedades de los
tres reinos: mineral, vegetal y animal. Mira a los cielos y los encuentra
animados. Poco a poco descubre los problemas metafísicos. Va subiendo por
los distintos grados de abstracción, que culmina a los 35 años con el
problema más sublime de Allah. Ante la gran decepción que le había producido
la observación del cuerpo, comenzó a preocuparse por el alma.
En la concepción del
alma humana hay una novedad que se sale un poco del contexto religioso
islámico oficial. En los ambientes de los jefes religiosos del Islam, como
suele ocurrir con frecuencia en las religiones más antiguas, todo el
contenido ideológico proviene de la revelación. El alma se nutre de las
verdades contenidas en el libro sagrado. Hay que recortar el vuelo de la
razón para plegarla a los mandatos de la revelación. Al contacto con la
filosofía griega, los filósofos árabes introducen el juego dialéctico de la
especulación. En este sentido, Ibn Tufayl acepta plenamente la tradición
filosófica árabe oriental, que no supone grandes novedades en el contenido
de esa especulación racional. El mismo reconoce que todo lo asume de
Avicena. Pero hay una nota que queda sumamente realzada en su novela. Toda
la historia de su protagonista tiende a probar que la razón humana es capaz
de conseguir por si sola, incluso sin la revelación, todo lo que necesita
para su fidelidad a través de su unión con Allah.
Por el texto que hemos
citado anteriormente, se deduce que Ibn Tufayl admite un principio vital
independiente del cuerpo. Se trata de un principio creado por Allah, y que
se funde inmediatamente, en cuanto el cuerpo esta suficientemente preparado
para los actos vitales, ya sea en el período de evolución en el caso de la
generación espontánea, ya sea en el proceso del embrión en el seno materno,
y desaparece cuando el cuerpo se corrompe, como en el caso de la gacela que
le amamantó.
Es interesante el
proceso por el que va subiendo a través del reino animado hasta llegar a la
naturaleza del alma humana. La reflexión que había hecho sobre el vacío
descubierto en el corazón de la gacela nodriza le llevó a la conclusión de
que la realidad que se ausentó, podría ser de la misma naturaleza que la de
su corazón. Para ello sacrifica a un animal, y descubre que lo que anida en
su corazón. Para ello sacrifica a un animal, y descubre que lo que anida en
su corazón en el momento de morir es algo de la misma naturaleza del fuego.
Efectivamente comprueba, al abrir el corazón, que sale de su cavidad un aire
vaporoso semejante a una niebla blanca, y al introducir el dedo, “encontró
un calor tan intenso que faltó poco para que se quemase”. Luz y calor son
las características del fuego con las que define al alma del reino animal.
¿Se trata de una concepción materialista del alma o son estos rasgos
símbolos de una naturaleza más espiritualista?. En otra ocasión hemos
hablado de la concepción materialista del alma en algunos filósofos árabes
incluso de al-Andalus, como por ejemplo, en Ibn Hazm.
Más adelante utiliza
el término espíritu como principio único y unificador de la pluralidad de
los órganos corporales. Va distinguiendo luego las distintas clases de
formas unificadoras de la pluralidad corporal, la forma vegetativa para la
nutrición y el crecimiento, la forma animal para la sensación y locomoción.
Y todas ellas, como contradistintas de la corporeidad, reciben el nombre de
alma, a cuya exploración dedica todos sus esfuerzos, prescindiendo por
completo del cuerpo.
En cuanto al destino
del alma humana, a veces teme distraerse de la unión con Allah por las
imágenes materiales, “por miedo de que la muerte le sobreviniese de
improviso mientras permanecía en el estado de distracción y cayese así en la
desgracia eterna, en el dolor de la separación”. Observaba que todos los
seres vivían sumergidos en las preocupaciones de la existencia que les
distraía del conocimiento del Ser, “sin sentir ningún deseo de El, ningún
empeño por conocerle, y que tendían a la nada o a un estado semejante a la
nada”.
De esta manera llega
al conocimiento de los seres superiores: los astros, a los que considera
animados y con una existencia semejante a la suya. El último grado de
perfección de los espíritus corresponde a aquél que posee el mayor
equilibrio de todos sus elementos.
LA INMORTALIDAD Y LA
PERFECCIÓN
Es posible deducir
fácilmente la idea tan elevada de Ibn Tufayl tenía del alma humana: simple,
inmoral y destinada a la felicidad eterna a través de su unión con Allah. Lo
que sí es interesante, es consignar que lo que tanto le escandalizaba en
al-Fárábí, es decir, que se negase la inmortalidad del alma humana en
algunos casos, parece admitirlo también Ibn Tufayl en el caso de las almas
que no hayan llegado al último grado de su evolución racional. El alma
humana, de por sí, es inmortal, pero para ello necesita evolucionar hasta un
grado de perfección que la capacite para la unión con Allah. Si esa
perfección no se consigue, el alma humana de esos hombres imperfectos
desaparecerá como la de los animales. Y si después de conseguir la unión y,
por lo tanto, de haber alcanzado su último grado de desarrollo, la muerte le
sorprendiese al hombre en estado de desunión y preocupación por las cosas
materiales, ese alma humana se verá sometida a tormentos, cuya duración sólo
depende de la voluntad divina. Únicamente las almas que hayan conseguido el
último grado de su perfección y que mueran en el estado de unión con Allah,
serán inmortales y gozarán de una felicidad eterna.
Entre los problemas
metafísicos hay uno que no consigue resolver. Se trata de la eternidad del
mundo. No olvidemos que éste fue uno de los problemas que torturaron a los
escolásticos cristianos en la Edad Media. Con los datos que tenían, no se
atrevían a decidirse por ninguna de las hipótesis, ateniéndose a los
argumentos de la pura razón, y sólo se inclinaban por la temporalidad de la
creación del mundo con argumentos de la revelación. Que el mundo haya sido
creado por Allah es algo a lo que llegó Ibn Tufayl con cierta facilidad.
Pero que fuese creado desde toda la eternidad o con una existencia temporal,
es algo que no logró descifrar nunca al encontrarse con argumentos para las
dos hipótesis.
Pero el problema
metafísico por antonomasia para Ibn Tufayl era el de la existencia de Allah
y de la posibilidad de unión con él: “Había llegado a este grado de ciencia,
la de la existencia de Allah, a la edad de treinta y cinco años. El interés
que ahora experimentaba por este autor se había enraizado en su corazón tan
profundamente, que no le dejaba ocio para pensar en otra cosa más que en El;
descuidaba el estudio y la investigación sobre los seres del universo. Llegó
hasta tal punto, que no podía dejar caer su mirada sobre cualquier cosa, sin
percibir inmediatamente las marcas de industria y sin levantar enseguida su
pensamiento hacia el obrero dejando de lado la obra. Tanto que se dirigía
hacia El con ardor, y su corazón se desprendía totalmente del mundo sensible
para adherirse al mundo inteligible”. Quería saber con qué facultad percibía
a su Creador. “Le era, pues evidente, que percibía a ese Ser por su propia
esencia y que tenía grabada su noción en sí mismo; de lo cual concluía que
su propia esencia, por medio de la cual Lo percibía, era una cosa
incorpórea, a la que no convenía ninguna de las cualidades de los cuerpos;
que toda la parte exterior y corporal que percibía en su ser no era su
verdadera esencia, y que su verdadera esencia no consistía más que en esa
cosa por la cual percibía al Ser necesario”.
Todo el resto de su
esfuerzo por descubrir la esencia del Ser Verdadero se va sucediendo en una
especie de juego en su conciencia, entre las imagines de las cosas que no
son Allah, incluso de la propia esencia, y la inmersión en la visión
extática de la esencia divina.
“Se redujo a quedar
inmóvil en el fondo de su caverna, la cabeza baja, los párpados cerrados,
abstrayéndose de los objetos sensibles y de las facultades corporales,
concentrando sus preocupaciones y sus pensamientos únicamente en el Ser
necesario, sin asociarle ninguna otra cosa. Perseveró en estos esfuerzos
para llegar al desvanecimiento de la conciencia de sí mismo, a la absorción
en la intuición pura del Ser Verdadero. Finalmente lo consiguió: todo
desapareció de su memoria y de su pensamiento, los cielos, la tierra y lo
que hay entre ellos, todas las formas espirituales, todas las facultades
corporales, todas las facultades separadas de cualquier materia, a saber,
las esencias que tienen la noción del Ser Verdadero; y su propia esencia
desapareció con todas esas esencias. Todo se desvaneció, se disipó con
átomos diseminados. Tan sólo quedó el Único, el Veraz, el Ser permanente,
diciéndole con su palabra, que no es una noción sobreañadida a su esencia:
¿A quién pertenece hoy la Soberanía? Al Dios Único, Irresistible. Comprendió
su palabra y entendió su llamada, a pesar de que no conocía ningún idioma ni
para comprenderlo ni para hablar. Se abismó en ese estado, y percibió lo que
ningún ojo vio, ni ningún oído oyó, ni jamás estuvo presente en el corazón
de ningún mortal”.
A mi juicio es muy
importante descubrir que la identidad con el Ser se realiza en su propia
alma, de una manera semejante a como al-Farabi concebía el conocimiento de
las cosas en el alma humana, considerándola como cierta manera de
microcosmos. Con lo cual volvemos a la formula a la que muchas veces nos
hemos referido, al panteísmo no gnoseológico, de los místicos en general, y
especialmente de los árabes.
Se le plantea de nuevo
el problema de la unidad y de la multiplicidad en el orden de las esencias.
Por una parte, todo le parece múltiple, por otra, todo lo ve reducido a la
unidad. Descubre entonces la jerarquía de las esencias separadas. Cada una
es un espejo en el que se refleja la perfección de la esencia superior, como
se refleja la imagen del sol en un espejo.
Hayy ibn Yaqzán
experimentó visiones extáticas cada vez más frecuentes, hasta que llegó a
conseguirlas a voluntad. Después de haber descrito estos éxtasis sublimes de
Ibn Yaqzán, prosigue Ibn Tufayl su historia. Entra entonces en relación con
un personaje, Absál, de una manera providencial. Vivía en una isla vecina a
la de Yaqzán. Se había propagado en ella una religión promulgada por uno de
los antiguos Profetas. Era una religión que expresaba todas las realidades
verdaderas por símbolos, que daban de ellas unas imágenes e imprimían sus
esquemas en las almas, como se suele hacer en los discursos que se dirigen
al vulgo. Esta religión no cesó de extenderse en esa isla, de hacer poderosa
y de prevalecer, hasta que al fin el rey de la isla la abrazó y comprometió
a los súbditos a adherirse a ella”.
Había allí dos hombres
de buena voluntad que abrazaron con ardor la secta. Y precisamente porque
eran practicantes se hicieron amigos. Absál no se contenta con la letra del
libro sagrado. Profundiza en él y trata de interpretarlo. SAllahmán es
literalista y se abstiene de toda interpretación Le da miedo el libre examen
y la especulación. Ambos siguen máximas religiosas distintas. Para Absál la
liberación y la salud se encuentran en el retiro y en la soledad. Allí se
hace posible la meditación y, a través de ella, la dilucidación de los
símbolos del lenguaje revelado. Para Sálamán la felicidad del hombre se
halla en la vida de sociedad y en frecuentar el trato con los demás. Esta
doble dirección los separa. Absál se decide a retirarse a una isla desierta,
y precisamente le informan de aquélla en la que Ibn Yaqzán ha establecido su
vida entre los animales. Y allá se lanza para adorar a Allah y meditar. Está
convencido de que la felicidad del hombre, sólo se encuentra de una manera
perfecta en compañía íntima de su Señor.
El encuentro entre los
dos anacoretas de tan distinta índole se realiza de una manera curiosa. Hayy
no salía más que una vez por semana para buscar alimento. En un principio
Absál recorre ríos y lugares sin encontrar a nadie. Un día descubre a Hayy
y, temiendo distraerle, huye. Hayy lo descubre y, movido por la curiosidad
de conocer un animal que no había visto nunca, se esconde y lograr
sorprenderle más tarde en oración y lagrimas, Tras un ligero juego al
escondite, ambos descubren que ninguno de los dos es peligroso para el otro.
Al comienzo se entienden por gestos. Absál le enseña las lenguas que conoce,
las ciencias y la religión. Muy pronto Absál queda sorprendido cuando Hayy
le descubre sus secretos adquiridos durante su vida solitaria. Advierte que
las verdades de la religión son símbolos de la vida que anida en Hayy. Vio
establecerse el acuerdo entre la razón y la tradición. Se abren ante él las
vías de la interpretación y de la ley religiosa. Desde ese mismo momento
venera a Hayy y lo considera entre los elegidos de Allah como su maestro. Se
dedica a servirle, imitarle y a seguir sus indicaciones prácticas para
llegar a la perfección.
Cuando Hayy conoce la
religión, sin duda la musulmana, encuentra razonable su práctica. Pero, para
él, es un problema el que el Enviado de Allah hable en parábolas y símbolos.
No comprende por qué permite las riquezas y los alimentos no necesarios. Y
nace de él el deseo de convertir la isla de Absál. Ambos deciden ir allá. Un
barco los recoge en la orilla y, con un viento favorable, desembarcan en la
isla habitada. En ella les informan que el jefe de la isla es Sálamán. Ha
establecido, como esencial la religión, la vida en sociedad y los actos
religiosos comunes. Considera como ilícito el retiro. Desde ese momento Hayy
reconoce su error: enseñar la Verdad a la muchedumbre es crearles
conflictos. Es preferible dejarles en su buena fe. Les basta la palabra de
los Enviados para llevar la vida fácil. No son capaces de más. Se despiden
de su amigo Sálamán y deciden volver a la isla. De nuevo un barco les recoge
en la orilla y con viento favorable los devuelve a su retiro. Y en medio de
la meditación Absál llega a las alturas de Hayy.
FILOSOFÍA Y RELIGIÓN: DOS
ASPECTOS DE LA MISMA VERDAD.
Al llegar al final de
este estudio, creemos poder afirmar que, con Ibn Tufayl, se ha llegado a la
cima de la filosofía andalusí. Estas ideas se desarrollarán más y se
establecerán sistemas más perfectos, tanto en la mística como en la
filosofía. Pero los elementos están ya ahí, en la novela filosófica de Ibn
Tufayl. Se ha llegado a un acuerdo entre la filosofía, que es la verdad de
los selectos, y la que encierra los símbolos e imágenes que forman un
lenguaje más asequible al vulgo. Con esto no se puede hablar de una doble
verdad. Verdad no hay más que una. Lo que hay son dos expresiones distintas
de la misma verdad: una simbólica e imaginativa para el vulgo y otra exacta
y pura para los selectos. No turbemos al vulgo ingenuo con las
especulaciones abstractas de los filósofos.
Hay un punto en el que
Ibn Tufayl supone un retroceso con respecto al gran filósofo de los árabes
al-Fárabí: su filosofía antisociable. El hombre es sociable por naturaleza.
El considerar a la sociedad humana como irremediablemente corrompida,
parecería algo inconcebible en una persona instruida y medianamente dueña de
sí misma como para convivir con los demás. Y sin embargo, es perfectamente
compatible, incluso en la concepción de la sociedad ideal de al-Fárabí.
Efectivamente, si fuese posible implantar en el mundo una ciudad ideal,
serían perfectamente compatibles la convivencia social y la unión con Allah.
Pero mientras no se llegue a la realización de ese ideal, las dos hipótesis
no son posibles. Puede darse un hombre que tenga la suerte de convivir en un
grupo social en el que el amor rija las relaciones sociales, y en el que ese
amor tenga como trasfondo la realidad de Allah, que une en su experiencia
mística los corazones de los miembros de esa sociedad. Siempre queda el
recurso a la sociedad para una meditación más profunda que fomente la unión
con Allah. Pero siempre serán situaciones ocasionales, compatibles con la
convivencia humana.
En el caso de Ibn
Tufayl, la situación social era con bastante frecuencia conflictiva, no sólo
en los ambientes políticos, sino principalmente en los culturales, en los
que la introducción de la filosofía despertaba polémicas y persecuciones en
no poco sectores de los jefes religiosos. La tendencia de los filósofos, en
algunas ocasiones, era la de una fuga del ambiente oficial religioso para
cultivar en círculos, más o menos reducidos y esotéricos, la soledad que les
trajese la paz y de la felicidad de la unión con Allah. De hecho el
protagonista de su novela ve con buenos ojos la vida en sociedad de la gente
sencilla, que vive feliz con sus prácticas religiosas y su unión superficial
con Allah. Creo que tanto el ideal de la vida en sociedad de al-Fárabí como
el retiro del protagonista de Ibn Tufayl, son perfectamente compatibles. Y
aun el retiro exclusivo o la vida en soledad cabe como recurso, cuando la
limitación del ser humano haga que el hombre nos falle, y no nos quede otra
solución que la experiencia mística de una realidad que nos trasciende y nos
hace compañía. Quedaría el último grado de perfección, que sería el de la
persona que, de tal manera ve en las cosas la presencia de Allah, que su
brillo ofusque en nuestra conciencia las otras presencias de las cosas y de
las personas, hasta no ver más que a Allah, que es el ideal de todos los
místicos.
Lo mismo que al-Fárabí,
admite Ibn Tufayl el doble proceso de la abstracción aristotélica y el de la
intuición metafísica neoplatónica. Aunque lo que prácticamente vale al
final, es la intuición metafísica y mística, en la que él dice seguir
principalmente a Avicena, pues no en vano es el principal andalusí que lo
conoce a fondo. Por concesión a los medios oficiales-políticos, admite
también la influencia de Algacel, a pesar de que lo considera alegórico y
para principiantes, y de vuelos místicos muy recortados debido a su
racionalismo (¿). Admite la unión con el Entendimiento Agente, heredada de
Avempace, el cual desconoce a Avicena y, por su vida mundana y de riquezas,
no puede volar a las alturas de la mística. Por su aristotelismo inicial y
su concepción de las relaciones entre la fe y la razón, se puede decir muy
bien precursor de Averroes. Sus concepciones místicas recuerdan las de Ibn
Arabí antes de tiempo.
Fusión entre filosofía
y religión, ésta es, precisamente, una de las características que dan más
originalidad a la filosofía musulmana, como hemos dicho muchas veces. Una
religión depurada de los simbolismos de los libros sagrados, más apropiados
para el vulgo, desconectada del ritualismo y de las imposiciones, muchas
veces arbitrarias y caprichosas, de los jefes religiosos y, en última
instancia, asequible al espíritu humano por medio de una intuición
místico-metafísica que descubre al hombre la Verdad pura, en una especie de
éxtasis que lo pone en contacto directo con esa misma Verdad.
Podemos aprender la
lección de un espíritu crítico que, sin ser destructivo, nos coloque en el
camino de la Verdad y nos ponga en contacto con la Fuente de la Vida.
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